Organizada por Estados Unidos y Polonia, la conferencia internacional en Varsovia sobre Medio Oriente, un esfuerzo orquestado por la administración Trump con el objeto de sumar países para aislar y confrontar a Teherán, reunió a más de 60 ministros del exterior y representantes de gobiernos en la capital polaca.

El tema central fue, por supuesto, el de Irán, aunque se habló de otras cuestiones como el plan de paz de Trump para Palestina e Israel. Lo interesante es que esta cumbre exhibió varias cosas: primero, cómo se están acomodando las alianzas regionales y globales; segundo, la distancia que hoy separa a Washington de sus aliados europeos en distintos temas de los cuales Irán es solo uno; y tercero, la dualidad o quizás podríamos decir, esquizofrenia, con la que se está moviendo la Casa Blanca dirigida por un presidente como Trump.

Utilizo el texto de hoy para intentar explicar esos tres puntos.

Sin entrar en demasiado detalle, solo recordar que, a lo largo de años, en Medio Oriente se ha gestado una creciente rivalidad entre el líder del islam sunita—Arabia Saudita—y el líder del islam chiíta—Irán. Este enfrentamiento no es solo religioso, sino geopolítico, y tiene que ver, sobre todo, con las aspiraciones de influencia que esas dos potencias tienen en su región, y la serie de choques derivados de esa competencia. Esta pugna ha tenido, en los últimos años, diversos teatros de operación.

En conflictos como Siria o Yemen, por ejemplo, Arabia Saudita e Irán han apoyado, financiado y armado a facciones rivales, lo que les coloca en lados contrarios en esas guerras y ha implicado en distintos momentos, incluso la participación directa de Riad en Yemen, y de Teherán en Siria. Otros territorios en donde ambas potencias compiten incluyen Líbano, Irak y distintos puntos de la península arábiga. En general, podemos decir que Arabia Saudita ha conseguido tejer una coalición de países sunitas que le respaldan en esta confrontación, mientras que Irán ha buscado proteger y fortalecer sus alianzas con distintos actores como el presidente sirio Assad, o la milicia libanesa de Hezbollah, cuya rama política cogobierna Líbano, entre otros.

De manera paralela, Israel considera a Irán y a su aliada Hezbollah como sus mayores y más potentes enemigos en la región. Como lo hemos explicado en este espacio, esto ha orillado a Israel a bombardear Siria cientos de veces en los últimos tiempos, y ya desde 2018 atacando directamente a bases y militares iraníes ubicados en ese país, situación que tiene el potencial de encender la mecha de un conflicto mayor en la zona. Los elementos anteriores colocan, de manera natural, a Israel y a Arabia Saudita junto con varios de sus aliados, del mismo lado en la contienda geopolítica regional.

Esto se combina con un diseño de política exterior por parte de la administración Trump para Medio Oriente que consta de factores como estos: (a) Un combate frontal a Irán en cuanto a su proyecto nuclear, su proyecto de misiles y su influencia regional, lo que ha implicado el abandono por parte de EU del acuerdo nuclear que Obama y otras potencias habían firmado con Teherán, el restablecimiento de arduas sanciones y una ofensiva diplomática de la que esta cumbre en Varsovia forma parte; (b) El fortalecimiento de los lazos de la Casa Blanca con Arabia Saudita, lo que abarca esquemas de negocios, armamento, colaboración en combate al terrorismo, y el respaldo de Riad a todos los puntos del diseño de política que estoy describiendo; (c) La promoción activa del acercamiento de Arabia Saudita y sus aliados con Israel; (d) Una iniciativa de paz para Palestina e Israel cuyos detalles aún desconocemos, la cual ha sido nombrada por Trump como el “acuerdo del siglo”. Varios de los factores anteriores han sido muy evidentes a lo largo de los últimos días en Varsovia; por ejemplo, las fotografías entre un primer ministro israelí a lado de varios líderes del mundo árabe, algo muy extraño de ver y asimilar.

También han sido evidentes, sin embargo, las fisuras y discrepancias entre distintos actores. Por ejemplo, la ausencia de Qatar, un aliado estratégico de Washington, pero que actualmente sostiene una fuerte disputa diplomática con Arabia Saudita y sus socios del Golfo. Tampoco estuvo presente Líbano, país de cuyo gobierno, como dije, Hezbollah forma parte. Turquía, aliada militar de EU, pero hoy políticamente alejada de Washington (y en choque abierto con Arabia Saudita e Israel) no envió representantes oficiales. Y, obviamente, tampoco estuvo Rusia. Muy por el contrario, en una importante señal enviada justo durante los días de la cumbre, Putin recibió en Sochi a los presidentes de Turquía a Irán, para discutir el futuro de Siria.

Esto a la vez, nos habla de la creciente confrontación entre Washington y Moscú. EU elije para esta cumbre sobre Medio Oriente, no un sitio de aquella región, sino justamente Varsovia, lo que no solo permite al gobierno polaco mostrar la salud de su relación con Trump, sino comunicar a Putin que su alianza estratégica con Washington va en serio, y que la base militar permanente que hoy busca Polonia que EU establezca en su territorio, sí tiene futuro.

De igual modo, la cumbre de Varsovia exhibió el gradual distanciamiento entre la Casa Blanca y varios de sus aliados europeos. El ministro exterior británico solo estuvo presente en la cumbre durante poco tiempo, mientras que Francia y Alemania enviaron representantes de bajo nivel. Y es que, efectivamente, las visiones entre EU y Europa acerca de Irán, son diametralmente opuestas. Para Trump, el acuerdo nuclear con Irán—originalmente firmado por Obama junto con China, Rusia, Alemania, Reino Unido y Francia—es un verdadero desastre y había que renegociarlo o destruirlo. En cambio, para los firmantes europeos, se trata del mejor acuerdo que fue posible conseguir, para contener y vigilar la actividad nuclear iraní, a fin de garantizar el que este país no adquiriese una bomba atómica. Por consiguiente, mientras que Trump busca medidas para arrinconar a Teherán y obligarle a negociar términos mucho menos favorables, los países europeos están haciendo todo lo posible para salvar el convenio existente y ofrecer condiciones económicas, financieras y políticas para que Irán no lo termine abandonando. Esta serie de diferencias también fueron exhibidas en Varsovia en donde el vicepresidente Pence acusó a esos países europeos de ser cómplices de Irán para esquivar las sanciones de Washington.

Por último, en la cumbre también se dejaron ver varios elementos que exhiben una especie de dualidad con la que hoy se mueve Washington. De un lado tenemos a Trump, su “America First”, su “saca a las tropas de Siria y envíalas a la frontera con México” y su “las agencias de inteligencia son demasiado inocentes y deberían regresar a la escuela”. Del otro lado tenemos a personajes como Pompeo, como Bolton o al Congreso, intentando contener y moldear la política del presidente. Esto se refleja en temas como, de una parte, la abierta determinación para combatir a Irán y sus diversas áreas de influencia, mientras que, de la otra, Trump insiste en retirar a sus tropas de Siria en donde Irán sigue trabajando para establecer una presencia militar permanente. O bien, se refleja con un Congreso, el cual, ya exasperado por los excesos del presidente, está aprobando legislación para obstaculizar las relaciones entre la Casa Blanca y Arabia Saudita mientras que, por el otro lado, la estrategia de Trump está claramente recargada en la monarquía saudí y en su príncipe heredero, hoy venido a menos.

Con todo lo anterior, pareciera que la conferencia de Varsovia no fue una reunión limitada a Medio Oriente, sino un teatro lleno de señales acerca de los tiempos que vivimos a nivel global.

Twitter: @maurimm

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