Apelo a la sensatez política y social para comprender que la reconstrucción es un proceso y una oportunidad para la democracia. Apelo a la inteligencia para llegar a acuerdos y convocar a la creación de un fondo único de reconstrucción, dirigido al margen de ambiciones políticas y empresariales.

La magnitud del problema que debe resolverse exige respuestas que, desde un principio, anuncien sus propósitos transexenales y su desapego de procesos electorales venideros.

La reconstrucción reclama, en cambio, una planeación humana, incluyente y cuidadosa de mediano plazo, que no se ciña a la reparación física de daños sino al reconocimiento de la vida de cada grupo lastimado, para potenciar la solidaridad social y modificar el horizonte. No se trata solamente de levantar casas (ni mucho menos, casitas), sino de comprender a las personas que vivían en ellas. Es inútil levantar censos de estructuras colapsadas: lo que hay listar y abrazar es a los seres humanos que vivían en ellas.

Es imperativo comprender que el proceso de reconstrucción es una tarea política y social, que exige la inyección de confianza pública como la primera condición de su éxito. Por eso no debe etiquetarse a ningún partido, a ninguna empresa y ningún grupo social. Las entidades públicas deben participar de la tarea, tanto como las fuerzas políticas organizadas del país, los empresarios y sus grupos, los medios de comunicación, la academia y las organizaciones de la sociedad, cada uno desde su trinchera y sus aportaciones propias. Las claves están en la armonización de los valores compartidos —la generosidad de veras y no solo el oportunismo— en la apertura total de la información que se produzca y en la inclusión social.

Sería un error suponer que cada uno de esos actores es equivalente al otro. Cada uno tiene especialidades diferentes, posiciones distintas y restricciones propias. Pero cada uno puede contribuir al proceso de reconstrucción si fijan las reglas de la acción colectiva con toda claridad. Por eso es urgente evitar la fragmentación de los esfuerzos en compartimentos separados y quebrados entre sí. Es urgente convocar a la creación de un fondo único de reconstrucción nacional, dirigido por un cuerpo de profesionales capaz de conducir este proceso más allá de los partidos, de las limitaciones burocráticas y de los negocios de particulares (www.nosotrxs.org). Hay evidencia empírica y experiencia suficiente para subrayar que el mayor riesgo de un proyecto de esta naturaleza es que sus promotores se conviertan en sus depredadores.

La experiencia internacional demuestra que la reconstrucción no puede encapsularse en un conjunto de proyectos de ingeniería civil, ni de medios financieros. La tarea reclama la apertura a la colaboración y el diálogo entre los grupos y las personas afectadas y entre quienes colaboran a las soluciones, porque lo que se juega no es la vuelta artificial a la normalidad perdida, sino una forma diferente de encarar la vida colectiva. No basta construir cosas, sino levantar personas y conciencias. Los verbos principales son superar, armonizar, cohesionar, colaborar, unir, imaginar y mejorar.

La reconstrucción debe abrir la puerta a un diálogo inédito, capaz de poner el acento en el desarrollo igualitario, incluyente y sustentable. Tras la tragedia, el objetivo principal es generar un nuevo aliento y un mirador hacia el futuro del país, hoy cegado por los fracasos de la intermediación política. Y nada de eso sucederá si las soluciones ofrecidas no hacen más que repetir los errores de siempre.

No debemos ceder a las voces de la desconfianza, ni a la obstinación de los dueños del poder y del dinero. La reconstrucción nos puede sacar del Siglo XX en el que estamos atascados si somos capaces, como lo sugirió Carlos Fuentes, de recordar nuestro futuro.

Investigador del CIDE

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