Aunque las políticas públicas están hechas de palabras, no se puede gobernar solamente a golpe de palabras. Quien confunde el contenido con la forma se equivoca inexorablemente, pues la complejidad de los problemas públicos reclama mucho más que los discursos repetidos. A riesgo de echar a perder toda la obra, en algún punto los gobiernos tienen que lidiar con las cuestiones técnicas y reconocer los límites que les impone el mundo, en el entendido de que el primer error de operación puede (y suele) producir una cadena de tropiezos.

Dice el gobierno mexicano actual que quiere cambiar al país radicalmente. Que quiere eliminar definitivamente la pobreza, que quiere erradicar la corrupción de una vez y para siempre, que quiere establecer la paz que hemos perdido. Dice que la causa de esos grandes problemas nacionales fue la captura del Estado por parte de una mafia que compartía la ideología neoliberal. Identifica a los integrantes de esa mafia como los conservadores; es decir, los que buscan conservar sus privilegios y se oponen a los cambios. Ese es el corazón de su diagnóstico: que todos los males del país responden a las decisiones que tomó la mafia en su propio beneficio y que, en consecuencia, eliminarla equivale a resolver los daños que causó.

Coincido totalmente con la idea de la captura. Es cierto que buena parte de las debilidades del Estado mexicano con las que lidia el presidente López Obrador obedece al secuestro, para fines privados y políticos, de los puestos y de los presupuestos del país. Es verdad que medraron hasta el agotamiento con sus atribuciones y que fueron sumamente incompetentes. Nadie podría negar que dejaron a México una herencia infame de violencia, desigualdad y corrupción que, entre otras cosas, explica el triunfo contundente de Morena en las elecciones del 2018.

No obstante, es obvio que los grandes problemas nacionales no habrán de resolverse repitiendo hasta la náusea ese diagnóstico. ¿Cómo potenciaremos nuestros recursos energéticos? Eliminando a la mafia del poder; ¿cómo erradicaremos la pobreza? Eliminando a la mafia del poder; ¿cómo podremos restaurar la paz y el estado de derecho? Eliminando a la mafia del poder; ¿cómo inyectaremos dignidad y honestidad a la administración pública? Eliminando a la mafia del poder… No hay otra respuesta de fondo a las preguntas principales. ¿Y cómo eliminaremos a la mafia del poder? Quitando y descalificando a todos los que se oponen a las decisiones que tomamos y sometiendo a todos los que trabajaron antes con la mafia del poder.

En el camino, sin embargo, los militares ya están al mando de la seguridad pública, las iglesias evangélicas se han ido colando al Palacio Nacional, los grandes empresarios ya lograron que no haya reformas fiscales ni financieras que los dañen y el gobierno ya nombró en los puestos públicos a los partidarios de la nueva forma de dominación política. El país está en vías de la militarización forzada, de la evangelización graciosa de los programas públicos y de la consolidación de los grandes capitales. A cambio, la política social se ha convertido en el goteo de transferencias directas de dinero a los grupos sociales seleccionados por el presidente. ¿En esto consiste la eliminación deliberada de la mafia del poder?

Para erradicar la corrupción, la violencia y la desigualdad, es necesario hacer más que repetir un discurso de agravios sistemáticos y, por supuesto, mucho más que suplir a una mafia del poder, por otra. Es necesario hacer la tarea técnica (que no tecnocrática), modificar las prácticas viciadas (no perfeccionarlas ni fundarlas en el miedo) y convocar a toda la inteligencia nacional (no a los aparatos de poder) a diseñar los cursos de acción que le permitan a México arrancar las raíces de esos fenómenos gravísimos y no solo podar la superficie, cambiando nombres y palabras.

Investigador del CIDE

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