Dicen los líderes de oposición que el presidente López Obrador quiere reelegirse. Dicen que esa es la razón oculta por la que ha decidido impulsar la eventual revocación de su mandato en las elecciones intermedias. Si un marciano leyera estas dos proposiciones juntas, creería que nos volvimos locos: ¿para reelegirse, un presidente ofrece la posibilidad de que lo corran antes? Pues sí. Esa es la lógica que está guiando a los partidos de la oposición.

A poco más de cien días de haber comenzado este gobierno y cuando todavía estamos lejísimos de saber si tendrá éxito, la oposición ya pronostica que la sola presencia de AMLO en las boletas del 2021 garantizará el triunfo de la gran mayoría de las candidaturas de Morena y afirmará su mayoría absoluta en ambas cámaras de la federación y en los congresos estatales, además de otorgarle el control definitivo en la mayoría de los gobiernos locales del país. Con esta certeza incontestable, ¿para qué querría Morena hacer campañas si son los líderes de oposición quienes ya se están dando a la tarea de divulgar que el presidente y su partido son invencibles?

Por si algo faltara, esos mismos líderes se han propuesto diluir cualquier rasgo de pluralidad política en el escenario nacional. Obstinados en identificarse ante la sociedad como el contrapeso necesario a cualquier decisión del presidente (ternuritas), han ido borrando con denuedo sus diferencias ideológicas y programáticas. Si algo las distingue ahora es que son la oposición de AMLO. El PAN y el PRD (o lo que queda de ellos) conviven como si fueran una y la misma cosa y como si derecha e izquierda ya no significaran absolutamente nada, mientras que la prometedora plataforma democrática y social de Movimiento Ciudadano se ha ido rindiendo al pragmatismo de los pactos y las alianzas caso a caso.

El frente que formaron para las elecciones del 1 de julio fracasó completamente, entre otras razones, porque no supieron, no quisieron o no pudieron aclarar que se habían reunido para un propósito más elevado que derrotar a AMLO. Alguna vez dijeron que querían cambiar el régimen y que se distinguían por su oposición al PRI. Pero diseñaron una narrativa y una campaña que no hizo sino confirmar que la animadversión al candidato de Morena era, en realidad, la razón que los unía. Así pues, mientras más buscaban descarrilarlo más lo afirmaban como la única opción de cambio en el horizonte electoral.

Por su parte, avispado y listillo como siempre, el PRI juega ahora como bisagra. Nadie sabe a ciencia cierta si acabará sumándose a Morena por su ADN hegemónico, o si pedirá un asiento en la mesa de la oposición única y desdibujada. Quienes gestionan los despojos de los herederos de la tercera transformación (según la síntesis histórica del presidente) se quedaron sin discurso, sin propuesta y cargando un alud de culpas. En algún momento tendrán que decidir, pero de momento, como organización política se han sumado alegremente al despropósito según el cual la revocación del mandato habrá de conducir inexorablemente a la reelección de AMLO, quien, según esa misma especie, gobernará mientras tenga vida para hacerlo.

A todas luces, la pluralidad política de México está sumida en una grave crisis. La dicotomía política en la que vivimos es un triunfo indiscutible de la narrativa mística del presidente —quienes no están conmigo, están en contra mía— pero también es consecuencia de los errores obstinados de la oposición así fraseada, en singular. Es evidente que pasará un largo rato antes de que México pueda volver a soñar con una democracia plural, estable y exitosa. Pero mientras ese sueño vuelve, tendremos que seguir lidiando con esta vigilia centrada obsesivamente en un solo hombre, consagrado por sus detractores (y por sus seguidores) como el invencible para siempre.

Investigador del CIDE

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