Hace unos días, la revista Time otorgó su distinción de “Persona del Año” a un grupo de mujeres que se ha atrevido a denunciar una realidad inhumana: el acoso sexual. La revista las ha llamado the silence breakers, las mujeres que rompen el silencio. Y es que parece fácil decir que una mujer debe denunciar a su acosador. Pero la realidad de quienes sufren estas situaciones es de total indefensión. Muchas veces sus abusadores las superan en fuerza, en jerarquía laboral o en poder e influencia profesional y social. Si el CEO de una empresa o un poderoso político o un famoso director es el abusador, ¿ante quién denunciarlo?, ¿le creerán a la víctima o dirán que es una oportunista? Si tu empleo depende quien abusa de ti, ¿cómo reunir el valor para denunciar?

Por eso es tan valioso y valiente lo que estas mujeres hicieron, al atreverse a señalar públicamente a quien las ha dañado en su dignidad. Como dice la revista Time: “son mujeres hartas del miedo a la represalia, a ser etiquetadas, a ser despedidas del empleo que no pueden perder. Hartas de esa regla no escrita de ‘no hacer olas para llevarse bien’. Hartas de los hombres que usan su poder para tomar lo que quieren de las mujeres”.

Las consecuencias de este acto de valor han sido enormes en EU. Políticos, funcionarios, directores y actores famosos, millonarios productores de películas, conductores de televisión y muchos otros hombres poderosos han venido cayendo gracias a que una, dos o más mujeres han decidido poner un límite. No hay marcha atrás y la señal es clara: quien se atreva a acosar a una mujer, ahora enfrenta la posibilidad de no quedar impune y pagar el precio de sus propias decisiones y acciones.

Eso es en EU. ¿Qué pasa en México? El Inegi no deja lugar a duda: durante 2016 casi 11 millones de mujeres “fueron sometidas a algún tipo de intimidación, hostigamiento, acoso o abuso sexual”. Estos abusos “van desde señalamientos obscenos, que las hayan seguido en la calle para intimidarlas sexualmente, que les hayan hecho propuestas de tipo sexual o bien que directamente las hayan manoseado sin su consentimiento o hasta que las hayan violado” .

Necesitamos un cambio social profundo. Necesitamos consecuencias. Y como en muchos ámbitos, el gobierno debe cumplir y hacer cumplir las leyes. Cuando llegue a la Presidencia, encabezaré una administración comprometida con el respeto a los derechos de la mujer. Será obligatoria la certificación del Protocolo para la prevención, atención y sanción del hostigamiento sexual y acoso sexual, desarrollado por el Inmujeres, en todas las empresas y universidades del país. Y les daremos voz a aquellas que sistemáticamente han vivido esta problemática sin que nadie las escuche como trabajadoras domésticas, enfermeras, entre otras. Se dará atención prioritaria hasta llegar a una resolución para cada caso. Demostraremos a las mexicanas que no están solas, que tendrán un gobierno que las acompañe y defienda.

Pero el solo hecho de que nos tengamos que plantear la necesidad de defender los derechos de la mujer; que tengamos que definir qué es ser mujer en un país como el nuestro, es ya ilustrativo de cómo se le debe a la mujer un trecho, un universo que le es negado. ¿Por qué tiene una mujer que decidir hoy entre sus derechos y su destino? Pregunta que nunca se plantea un hombre. Tenemos todos una deuda y una obligación. La obligación consiste en devolver a las mujeres el valor que nos corresponde y la deuda la tenemos no sólo con las mujeres sino con todos los mexicanos.

POR CIERTO. En un acto con sabor a PRI, ayer vimos el auto-destape de quien lleva dos años promoviendo su candidatura con recursos públicos y abusando del poder. Es triste ver la pérdida de valores, identidad y alma del PAN. Son prácticas contra las que siempre luchamos los demócratas y, por eso, invito a los verdaderos panistas, a quienes se identificaban con el PAN y, especialmente, a las mujeres, a terminar el silencio, a no resignarse, a romper esquemas y apoyarme con su firma.

Abogada

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