Andrés Manuel López Obrador visitó la Sierra Norte de Puebla, exponiéndose la raigambre de su liderazgo, auténtico fenómeno social. Huauchinango por la mañana, en seguida Zacatlán, más tarde, el Estado de México, quinientos kilómetros, ocho horas en su camioneta, seis horas de pie en el templete. Eventos nunca antes vistos en cada lugar, plazas pletóricas, alegría, vibrante entusiasmo, gente de todas las edades, clases sociales. Sin campaña de medios, sin añejas estructuras partidistas acarreadoras, templete sencillo, enormes lonas insuficientes para las oleadas de personas que desbordan las plazas. Caminando entre la gente, en algarabía, saluda, abraza, escucha, en comunión con la ciudadanía alegre, esperanza genuina. Un día común de López Obrador, quien ha visitado múltiples ocasiones todos los municipios del país, único. Relación construida creciente, fortaleciendo su liderazgo nacional. Así, ninguna estrategia para detenerlo ha funcionado: desinformación, difamaciones; conjura golpista del núcleo oligárquico, beneficiario de la corrupción, expresión de la “mafia del poder”; ataques directos de medios y comentaristas orquestados, guerra sucia: “su tope es 32%”, “el voto útil de prianistas e indecisos superara los votos por López Obrador”, vaticinaban. Las encuestas han mostrado lo contrario, cada día más fuerte (52% de preferencias), Anaya (26%), Meade (19%); cada punto porcentual son 600 mil votos; ganaría 28 de 32 estados (oraculus.com). Liderazgo nacional invencible.

¿Sus “competidores”? Anaya, construido por asesores tarjeteros, capacitadores de debates estilo TED-Talk, como marca/franquicia; sorpresa inicial banalizada por repetitiva y agresiva, desgaste creciente; elude eventos en plazas públicas (29 frente a más de 100 de López Obrador), apoyado en reuniones de “alto nivel”. Independientemente de acusaciones de corrupción y traiciones no aclaradas, es sólo un funcionario partidista trepador que fractura al PAN, esforzado en desligarse de gobiernos panistas, apoyado en un PRD desfalleciente. Meade, hecho en exclusivos clubes en México y Estados Unidos, típico “alto funcionario” hacendario, lenguaje tecnocrático, auto-investido de honestidad y conocimiento superior, totalmente desconectado de la gente que ha sufrido tres décadas de tragedia nacional económica, política y social, producto del modelo instrumentado por él; prianista ejemplar montado en un PRI y Peña Nieto repudiados, eludiendo plazas públicas. Ni Anaya ni Meade representan el hartazgo antisistema porque sus partidos, y ellos, han sido responsables de sus resultados: treinta años de estancamiento económico, empobrecimiento general creciente, concentración de la riqueza cada vez en menos manos, pérdida de expectativas de vida de jóvenes, mujeres y familias enteras, corrupción total. Sus imágenes, lenguajes y resultados, estancados, han demostrado ser ajenos a las demandas populares.

No existe comparación posible de Meade y Anaya con López Obrador; dos burócratas frente a un líder social, popular, ético-moral, nacional. Suele atribuirse a líderes como López Obrador, la definición típica de carismático, pero no es suficiente. Autores diversos destacan la visión política como la clave del liderazgo porque: “ofrece a los ciudadanos un objetivo común con el que pueden identificarse sin reservas… resultado de la combinación de ideología política, biografía personal y contexto histórico nacional e internacional… la coherencia en el tiempo con las ideas, con los proyectos, así como aceptación y adaptabilidad a los cambios… sus acciones políticas como espacio de legitimación para su liderazgo” (Santiago Delgado, Sobre el Concepto y el estudio del liderazgo político). Eso es López Obrador, su visión, trayectoria política, construida en comunión con la ciudadanía, a lo largo de años por todo el territorio nacional. Encarna el proyecto político, social, ético, moral, popular y nacional que suma, día a día, la inmensa mayoría de la ciudadanía mexicana. ¡Imbatible!

Senador de la República

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