Cuando pregunté al tío Pantaleón por qué abandonó su vocación religiosa, su respuesta fue inesperada, sobre todo para los siete años del que preguntaba: por un terrible pecado, dijo, por soberbia. No entendí, parecía grave, ¿Qué era eso? Pregunté de nuevo y se tomó el tiempo: Es lo contrario a la humildad y a la inteligencia, dijo. Es como creer que nadie sabe más que tú, que no tienes que preguntar, que ni siquiera debes escuchar, creer que eso te rebajaría.

Hoy es difícil ignorar esta realidad que caracteriza a muchos de nuestros políticos y servidores públicos. Una penosa peculiaridad que les parece útil y tal vez hasta necesaria para gobernar y que se repite continuamente. Las decisiones, las políticas públicas, programas de todo tipo, son tomadas, frecuentemente, de manera no sólo arbitraria, sino con gran soberbia. Los resultados no esperan, en muchos casos hay consecuencias graves y dramáticas. Las malas decisiones, son decisiones típicamente tomadas por amateurs, tomadas por percepciones, propias o de amigos, o de gurús cercanos, o claramente por el afán del enriquecimiento. Pasa en todos los niveles de gobierno, en todos.

A nivel municipal, tal vez más que en otros niveles, son ocurrencias y oportunismo, pero también soberbia, se toman acciones como si se tratara de una travesura sin consecuencias, con risas por haber usado la oportunidad para apropiarse de algo, por haber hecho un negocio o por haber bloqueado o afectado a alguien. Es grave. A nivel estatal es aún más grave, esas decisiones y ocurrencias afectan a más gente y pueden descomponer la seguridad, la actividad económica y por supuesto el bienestar. El reinado de la soberbia y la irresponsabilidad.

Pero cuando las decisiones anidadas en la soberbia se toman a nivel federal, el número de habitantes que pueden sufrir las decisiones equivocadas es mucho más grande, y las consecuencias en el bienestar afectan a toda la población del país.

Soberbia, intolerancia y mezquindad van, invariablemente, juntas. Dan nacimiento también a una ambición desmedida, política y de enriquecimiento. No están exentos los ciudadanos supuestamente ajenos a la política, se contagia, también se producen estas grotescas consecuencias del “saber todo” o “querer todo”. En todos los campos de la vida social se sufre el contagio. El potencial servidor público, se convierte en político y en un monstruo ávido de poder y de riquezas, se contagia, y el resto de la sociedad puede perder el sentido de comunidad y del bien común.

¿Qué requiere México? ¿Qué tipo de dirigentes debemos elegir? ¿A quién le debemos confiar las decisiones para lograr más inclusión, bienestar, resolver la inseguridad y la corrupción? ¿Quién, que no se asocie a intereses mezquinos para tener apoyos, o se mueva sólo por razones pecuniarias? ¿Quién, que con humildad e inteligencia escuche y concilie, quién que gobierne? ¿Quién que consulte y que entienda que la prioridad es el bienestar? México está en juego.

En la propuesta de los partidos, sus candidatos a la Presidencia de la República, y los equipos que presentarán, además de los atributos que requiere el país que tengan, de honestidad, de entendimiento de la situación del país, de las diferencias y necesidades regionales, en fin, de los serios retos y oportunidades que tenemos, requerimos que haya humildad intelectual.

Un Presidente que pueda, que sepa integrar, escuchar, y elegir en los puestos clave para diseñar y ejecutar acciones y programas a los expertos, a las personas con los conocimientos necesarios en cada uno de los sectores y no a los amigos, ni por lealtades ni por aduladores.

Después del tío Pantaleón escuché que la soberbia también podía ser una enfermedad de la inteligencia. No, en todo caso es falta de inteligencia.

Director del CEESP. @foncerrada

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