El máximo órgano de deliberación del PAN, su Consejo Nacional, en la reunión celebrada el pasado 11 de agosto, discutió durante 10 horas sobre las causas y factores que lo llevaron a la derrota en las pasadas elecciones presidenciales y del parlamento federal.

Se destacaron, también, los elementos en los que se fincaron los triunfos en diversas entidades federativas y municipios; victorias por demás refulgentes en el contexto de un insurgencia electoral sin precedentes contra los partidos históricos.

En mi intervención expuse el análisis que al respecto he venido desarrollando desde hace varias semanas en estas páginas de El UNIVERSAL. En La herida, la fractura y el divorcio (05/07) me referí a las motivaciones profundas del clamor de las urnas: la violencia criminal que martiriza a la nación, la ruptura de la cohesión social por la desigualdad y exclusión imperante entre sectores y regiones del país, y el repudio al sistema político por la corrupción y privilegios de la clase dirigente, estragadora de la transición democrática.

En El PAN en el régimen de la Cuarta Transformación I (19/07), sostuve que ante el nuevo escenario los panistas deben rearmarse con su ADN fundacional como fuerza formadora de cultura ciudadana, defensora de libertades, del Estado de Derecho, del federalismo y el municipio, de la libre empresa, de la economía social de mercado y de un orden social justo.

En Acción Nacional: derrota y ¿nueva tragedia? II (02/08), afirmé que el partido sólo estará en capacidad de encarar tales retos si no comete el mismo error de hace seis años, cuando, tras la pérdida de la Presidencia de la República, sobrevino una desgarradora disputa de grupos e intereses que dejó maltrecha a la organización, envenenada la convivencia interna y fracturada la vida institucional. Aquello, en buena medida, explica lo ocurrido en este 2018. Advertí que si no se frena la ambición de algunos por dirigir o controlar al partido y se recrudece la guerra facciosa, lo van liquidar como sujeto político respetable y servicial.

Agrego a esta serie de reflexiones la célebre pregunta ¿Qué hacer?, la misma que Lenin hizo en 1901 a los socialistas, en un libro titulado con esa interrogante, sobre el que cimentó la teoría y el método de acción de su partido. Guardadas las evidentes diferencias, la interpelación vale para los panistas: ¿sobre qué teoría vamos a sustentar la acción inmediata y futura del partido? ¿Qué método y estrategia de posicionamiento vamos a desplegar frente al nuevo régimen político?

La teoría no puede ser otra que el sustento filosófico que le dio origen al PAN: el humanismo político, pero ello no puede reducirse a la repetición ad nauseam de sus tesis esenciales; la eminente dignidad de la persona humana expresada en el catálogo de derechos humanos fundamentales en diversos ámbitos: civil, político, cultural, social y económico; la búsqueda permanente del bien común con la gestión del conjunto de condiciones para que cada individuo —único e irrepetible— alcance su plena realización; y la construcción de un orden social sustentado en la solidaridad y subsidiariedad.

Esta doctrina, para no ser reducida a meros enunciados, requiere de un método de acción. Es decir, su traducción a la realidad del México que vendrá con López Obrador en el poder y frente a la ejecución de su programa para la Cuarta Transformación. El PAN debe hacer un fino ejercicio: pasar por la prueba del humanismo todas las iniciativas y programas del nuevo régimen, al mismo tiempo presentar propuestas alternativas de solución a la herida, la fractura y el divorcio arriba mencionados. Con ese sustento se evitará tener posiciones casuísticas e incoherentes y caer en un vacío programático que lo hundiría en la intrascendencia y la política de baja estofa.


Ex presidente nacional del PAN.
@ L_ FBravoMena

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