Muchos autores dan por supuesto una suerte de excepcionalismo electoral mexicano. Como si, por nuestra particular historia, no nos pareciésemos a nadie. Es verdad que la política mexicana tiene poco contacto con el exterior (ya lo vimos en el segundo debate) sin embargo, es interesante constatar como el electorado mexicano se comporta de una manera muy similar a la forma en que las sociedades occidentales procesan hoy sus conflictos políticos. Estas sociedades irritadas no quieren escuchar a candidatos racionales que les hagan ver que el progreso de una sociedad es un camino acumulativo e incremental y que la solución de los problemas requiere paciencia, tolerancia y mucha cooperación. La gente está harta y no quiere razones sino soluciones, mientras más simplistas mejor. El deterioro de los partidos tradicionales se erosiona en Europa de manera galopante según lo refleja la más reciente medición del eurobarómetro. En los Estados Unidos ocurrió algo similar cuando la estructura tradicional del partido republicano fue arrasada por la desbordada retórica de Trump.
 
No en vano a esos electorados, hartos de las migraciones de otros países, se les sugirieron soluciones inmediatas como la expulsión de estos migrantes o la edificación de muros. Aunque en el fondo de su alma sepan que es imposible expulsar a los millones de mexicanos que viven en Estados Unidos, les satisface ver a un tipo que se presenta como un conservador, políticamente incorrecto y que se dedica a proclamar que el centro racional de la política son un montón de timoratos que no se atreven a llamar animales a los migrantes. Es frecuente (y eficaz) ese lenguaje del odio y la simplificación que deshumaniza a migrantes, pone aranceles sin ton ni son y amuralla su fortaleza para que los bárbaros del Sur no los perturbemos. Esa es la lógica que ha ganado las elecciones en Estados Unidos y en Europa; ese discurso simplón que pide arreglar las cosas por ensalmo, desterrar todos los males como si se tratara de exprimir una espinilla en el rostro de un adolescente. Los votantes alterados no quieren oír, por ejemplo, que los migrantes son millones de personas que contribuyen a la prosperidad de sus países y que expulsarlos supondría un proceso largo complejo y probablemente contraproducente.
 
No se puede pensar o pedir reflexionar a quien decide así su sufragio y eso claramente está matando a la democracia. Porque el principio básico de ésta, era el de un ciudadano informado y razonable que procesaba sus demandas entendiendo que era imposible construir el paraíso terrenal de golpe y porrazo. Me parece que las democracias latinoamericanas (y de manera muy señalada la nuestra) son ejemplos de la decepción y sus efectos deletéreos porque los gobiernos no cumplen lo que ellos supusieron. A Vicente Fox le ocurrió de manera dramática, todo el mundo supuso que un cambio de partido en los Pinos adecentaría automáticamente el país y la realidad es que éste siguió funcionando exactamente igual de mal que antes: hospitales saturados, infraestructura fallida, autopistas caras y el consuelo que cada uno pretendía encontrar en la renovación simplemente se diluyó en una esperanza genérica de transformación. Los priistas se encargaron de minar el prestigio de esos gobiernos y proclamaban a todos los vientos que los cambios no se notaban. Pero el que a hierro mata a hierro termina y los priistas que prometieron ordenar este país y particularmente, arreglar el tema de la seguridad, hoy ven como la desafección popular impide a su partido crecer en la intención de voto. El PRI ahora paga la crisis de expectativas que generó el discurso sobre sus capacidades gubernativas y el impulso que tendría el Pacto por México.
 
Las promesas proferidas y creídas (no sé que sea más grave) a la ligera, provocan estas democracias crispadas en las que los presidentes suben sus niveles de popularidad en la fase de campaña y después, en muy poco tiempo, tienen que cargar con todos los problemas del país como si fueran su responsabilidad directa. Nada se arregla en un santiamén, todo requiere esfuerzo y tiempo, pero en esta época de modernidad líquida, la eternidad se mide en ciclos de cinco años y es probable que los entusiastas de hoy, sean los decepcionados de mañana. Como lo han demostrado (entre otros) Gabriel Tortella o Ugo Pipitone, las sociedades que más han avanzado, lo han hecho por una sucesión de gobiernos moderados y responsables que han resuelto de manera favorable la modernización de las estructuras políticas haciéndolas más incluyentes, generando mejores oportunidades para reducir las desigualdades y creando un ambiente propicio para que mayores capas de la población se beneficien de la prosperidad y, por el contrario, todos estos regímenes ocurrentes que plantean resolver en pocos años los problemas estructurales, acaban naufragando en una crisis de expectativas.

Anaista político. @leonardocurzio

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