No veo mejor forma de terminar el año que compartir con los lectores una sugerencia de lectura breve, agradable y aleccionadora. Se trata del libro que ha dado título a este artículo: El orden del día, del escritor francés Éric Vuillard. No lo había leído antes y ha sido para mí una gratísima sorpresa.

Empiezo por la brevedad. Cierto es que hay libros portentosos que requieren  semanas para digerirlos y merecen, por supuesto, toda nuestra atención. Pero éste es para una de esas tardes redondas en las cuales se dispone de buen ánimo para la lectura y se quiere algo que empieces y termines el mismo día, sin tener que contratar una hipoteca. Es agradable porque va directo al grano sin demasiados circunloquios ni experimentos narrativos que deleitan al autor y torturan a los lectores. Vuillard es un gran escritor que, en versión original, debe ser todavía más impactante. Es aleccionador porque nos recuerda que los desastres en los cuales ha caído la humanidad, por experimentos políticos delirantes, no se manifestaron ante nuestros ojos de sopetón, sino que fueron germinando poco a poco por complicidades, pasividad o franca indolencia de las élites y la opinión pública.

El libro tiene como eje articulador la caída de Austria en manos nazis. Schuschnigg ocupa buena parte del relato y Vuillard nos recuerda cómo aquel hombre con ojos húmedos y completamente humillado, dijo sí a la anexión alemana. Ese individuo intransigente (recuerda el autor) que dijo no a la libertad de prensa, no a la libertad de los socialdemócratas, no al mantenimiento de un parlamento abierto o al derecho de huelga, acabó diciendo sí a Hitler porque (dice en sus memorias) no había más remedio que hacerlo. Ese hombre que, en sus tiempos de prisionero de los italianos, durante la Primera Guerra Mundial, se dedicó a leer novelas de amor en vez de Gramsci que decía: cuando discutas con un adversario procura meterte en su pellejo para entenderlo mejor y poder enfrentar o comprender, según sea el caso, sus argumentos. El consejo finalmente es meterte en la cabeza de alguien, pero también en su sufrimiento para entender por qué los hombres podemos tener conductas angelicales o convertirnos en auténticos monstruos.

Es también implacable el relato del poder económico de los grandes conglomerados alemanes que se beneficiaron del trabajo de los prisioneros en los campos de concentración. Eso ocurría a sabiendas de que una criminal masacre se estaba llevando a cabo a sus espaldas.

La literatura, dice el autor, lo permite todo, por eso los libros producen efectos enormes cuando el autor consigue iluminar, desde su obra, a un conjunto de marionetas desalmadas que con  inhumano desdén pasaban por alto la barbarie en la que Alemania caía. El libro está lleno de pensamientos y observaciones perspicaces. Una de ellas es la obsesión por mantener un rigor en los procedimientos, cuando claramente se ha vaciado de contenido el principio de legalidad. La simulación carcome los cimientos de la convivencia cuando un embargo de armas decretado en Versalles, contra un país derrotado en la primera guerra mundial, puede ser esquivado mediante mecanismos triviales del mercado.

El libro es trepidante y brillante y es, para mis queridos lectores, mi sugerencia de lectura de fin de año y mi deseo es que el año próximo sea el mejor año de sus vidas.


Analista político. @leonardocurzio

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