Han corrido ríos de tinta en la prensa internacional sobre el año de Trump, que termina con un apagón. No esperaba menos. En México los análisis sobre este primer cuarto de la administración han oscilado entre una trivialización del personaje (por cierto muy apropiada, pues es un individuo que ha envilecido la institución que en él se encarna) y un énfasis en el tratamiento de temas específicos como la convivencia interracial (particularmente su dureza con los dreamers) o el comercio internacional del que parece desconocer sus fundamentos. Los análisis han sido plurales pero el que más me ha sorprendido (siempre es estimulante leer opiniones que no te agradan) es el de un grupo de colegas que con un optimismo que recuerda a un grupo de supervivencia alpina, dicen que a pesar de los exabruptos del presidente americano seguimos sin tener un muro en la frontera y aunque tambaleando siguen abiertas las negociaciones del TLCAN. Bueno, desde ese punto de vista podríamos alegrarnos también de que no nos haya declarado la guerra ¡o que no nos haya ubicado en el eje del mal!

Entiendo la lógica del superviviente que se alegra de sobrevivir aunque se quede sin dos brazos y la nariz rota, pero la verdad es que un balance mínimamente frío nos permite concluir que este año ha sido funesto para México en lo tocante a la relación con su vecino. Lo sintetizo es tres puntos: es una relación sin respeto, claramente adversarial y sin proyecto de futuro. Me explico. No es que antes de Trump la relación fuese idílica pero había respeto, ánimo de cooperación y aunque distante, compartíamos proyectos como el TPP.  En un año cambiamos nuestra posición en el tablero norteamericano y de ser socios comerciales, aliados en seguridad y naciones con una visión convergente de lo que era el futuro de la economía mundial, a ser los enemigos de nuestros antiguos socios. En su último mensaje antes del apagón hablaba de “la peligrosa frontera sur”.

Tratar de tener un ángulo positivo de esto es a mi juicio solo entendible desde la lógica del damnificado que sobrevive a un terremoto. Podríamos estar infinitamente peor y desde esa racionalidad lo entiendo, pero desde otro palco no hay manera de no registrar lo deteriorada que está. La relación entre los dos países está dañada en el vértice de sus instituciones. Trump no muestra (ni ha mostrado) ningún respeto por Peña Nieto y tampoco lo ha hecho por México. Sus comentarios y diatribas pueden tener infinidad de lecturas, pero ni la más amplia de las interpretaciones puede dar un ángulo amistoso. En un año la retórica anti-México se mantiene intacta, sin matices o paños calientes. La relación está dominada por un antagonismo permanente: ustedes ganan, nosotros perdemos tanto en comercio y seguridad, como en migración. En seguridad su paradigma no varía un milímetro: solo habrá seguridad si se construye el muro. Hay poco espacio para construir o conservar esquemas como las fronteras inteligentes.

Esta mutación de la condición de amigo a enemigo o si se prefiere de socio a estorbo es una inversión de las prioridades mexicanas que tardaremos muchos años en revertir.  El cambio de rol que México tiene en la ecuación de prosperidad y seguridad de la potencia es el peor escenario que podríamos imaginar. Claro que si lo comparamos con un conflicto bélico, un cierre de la frontera o deportaciones masivas no es tan grave, pero es muy negativo para el país. México no puede prescindir de los Estados Unidos y ellos sí pueden (aunque les afecte) prescindir de nosotros; pero lo que es peor: nos han ubicado como el fardo de la región, como un estorbo para alcanzar sus objetivos de seguridad y prosperidad. Hasta ahora el gobierno ha optado por un estoico silencio que (no podemos negar) tiene ventajas para mantener abiertas las mesas de diálogo y los canales burocráticos, pero el silencio no puede ocultar que ha sido un año catastrófico.

Analista político.
@LeonardoCurzio

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