Hace unos meses escribía que parecía mentira que la democracia mexicana siguiera suspirando por las glorias de los 90. Comentaba que algo está mal cuando permanece aquello de que el mejor debate entre candidatos presidenciales fue el que protagonizaron Zedillo, Cárdenas y Fernández de Cevallos. El resto ha tendido a disolverse en anécdotas que van desde una edecán vistosa y protagónica hasta la estatura de Labastida.

Una diferencia fundamental es que (aunque parezca historia antigua) los candidatos de oposición poco aparecían en tv y radio, y si lo hacían era para tundirlos. Todo estaba por descubrir para el ciudadano poco politizado en ese primer ejercicio de deliberación pública y, por supuesto, movió el tablero de una forma hoy inimaginable. La imagen mítica del ingeniero sufrió un duro revés y Diego Fernández, hasta entonces desconocido para el gran público, ponía contra las cuerdas a un taciturno candidato oficial. Hoy tal cosa no puede ocurrir porque el candidato opositor ha aparecido con más frecuencia en tv que el abanderado del PRI y es el más conocido de todos.

En los debates de 2000 a 2012, el efecto sorpresa era siempre favorable al menos conocido, desde Rincón Gallardo hasta Quadri, pasando por Patricia Mercado. Hoy, el único que tiene algo importante que ganar es El Bronco, quien buscará espectacularidad y posicionarse como alternativa. Pero de los candidatos de las coaliciones y Margarita espero más bien que reafirmen su posición ante sus bases y, en todo caso, fortalezcan su imagen de paladín anti-AMLO, que será lo que todos buscarán, vista la ventaja con la que llega al debate. No es razonable esperar, en consecuencia, una súbita transformación de las preferencias electorales.

La segunda diferencia es que la innovación de los 90 se estancó en términos de formato. No hemos tenido debates atractivos e interesantes. A mi juicio, no se han alineado los incentivos para que ocurra, empezando por un contexto de exigencia a candidatos y terminando porque nadie se atrevía a arriesgar salvo que estuviese muy descolgado en las encuestas. Los candidatos han desarrollado una habilidad para comunicar a través del spot y por eso, aunque en público dicen abominarlos, hacen todo lo posible porque ese modelo permanezca.

Con poca voluntad de los políticos no hay forma de que caminen los debates. Han puesto todas las reglas posibles para acartonarlos y limitarlos. Los que hemos conducido alguno sabemos que los partidos están más preocupados por los tiros de cámara y por garantizar que no habrá ninguna sorpresa para su abanderado, que en prepararlo para un brillante desempeño. Esta vez parece que hemos logrado garantizar que los candidatos tengan alguna presión de los conductores para que no eludan las preguntas. El trabajo de la Comisión de Debates del INE es francamente prometedor. Tuve la oportunidad de compartir con los candidatos un formato innovador de presentación de sus propuestas en la ABM y me parece que funcionó muy bien. En resumen, el debate del domingo no cambiará demasiado las preferencias electorales, pero puede establecer un antes y un después en el formato de este tipo de ejercicios.

Analista político. @leonardocurzio

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