Hace algunos años escribí un pequeño manual sobre toma de decisiones y aprendí que decidir es doloroso. Decidir es optar, es renunciar, es elegir. Es un privilegio que se confiere a los poderosos, pero no siempre es gozoso decidir. Dicen que los grandes tomadores de decisiones piden vestirse siempre igual (para evitar la elección) o que alguien se encargue de seleccionar su atuendo, de la misma manera que les resuelven lo que van a comer o cómo se van a transportar, porque aunque parezca nimio cada decisión, por pequeña que sea, nos cuesta. La indecisión es una fase tormentosa de nuestra naturaleza y hasta los más insignes monarcas (el prototipo más enfermizo es Felipe II) han padecido en mayor o menor medida ese desazón de no saber cual es la mejor elección.

AMLO, un hombre resolutivo y directo, vive ese tormento con el Aeropuerto. Él, que puede decidir sobre casi todas las materias sin demasiadas consultas u opiniones sobre su seguridad, las refinerías o la reconfiguración de la Administración Pública, se muestra vacilante y dubitativo. La razón la desconozco. No es desconocida para nadie su tradicional hostilidad a la idea de un nuevo Aeropuerto desde que era jefe de gobierno, pero en aquella época se oponía por sistema a todo (ojalá no tenga nunca que convivir con una oposición así) y en consecuencia era difícil distinguir qué se hacía por convicción y cálculo y qué por sistema. Como candidato abrió todas las opciones, desde la privatización hasta la opción de santa Lucia. Como presidente electo prefiere no decidir, porque seguramente en su entorno más cercano sigue habiendo oposición o porque sigue viendo alguna ventaja en mantener en vilo a los empresarios con una decisión tan trascendente. Supongo que su mejor opción (una vez que los técnicos le han reiterado lo que se sabe desde hace 20 años) es Texcoco y la idea de privatizarlo es la más viable. Es una paradoja que un gobierno de izquierda que decía que privatizar era robar, vaya a empezar su sexenio con una privatización, pero ese problema ideológico era de ellos que repetían que hasta las escuelas de Guerrero se iban a privatizar(!!!).

No creo que las bases de apoyo le discutan si privatiza o no el AICM y la derecha se lo aplaudirá como corresponde. Lo que me parece muy relevante para los usuarios de esa instalación es que el nuevo gobierno resuelva además la forma en que se administra la terminal. El aeropuerto es una expresión clara de la profunda ineficiencia del sistema político y administrativo que naufragó en las urnas. Una lógica de gobierno más pensada en la maximización de beneficios y las prioridades de corporaciones que en el servicio al usuario. La síntesis de todos los males de un aeropuerto es que no hay una cabeza responsable. Las instalaciones están viejas y despostilladas a pesar de los impuestos que pagamos por usarlo. La climatización es mala, la sensación de hacinamiento frecuente, los retrasos en los vuelos son cotidianos y existe esa tendencia a lavarse las manos entre aerolíneas, aeropuerto, inmigración y aduanas. Si llegas un domingo en la noche el argumento es que el aeropuerto está saturado. Si llegas un sábado en la noche y no hay un solo vuelo el problema es que no hay quien reciba al avión en la puerta. La canción ya la conocemos: la aerolínea culpa al aeropuerto y el aeropuerto a las aerolíneas. El usuario que se joda. Algo similar sucede en la Terminal 2, que había conseguido un modelo de gestión aduanal similar al de Europa y EU y los usuarios teníamos salida expedita. Ahora la compañía aérea te notifica al aterrizar que la liberación de tu equipaje puede llevar una hora, el argumento siempre es por seguridad. Me pregunto qué tendrá que ver la seguridad del vuelo con un equipaje que ya llegó a su destino, pero el cretinismo securitario (característico de este siglo) nos lleva a justificar todo en el nombre de la seguridad. Las aduanas lograron en la Terminal 2 lo que ningún país ha conseguido en tan breve espacio de tiempo: dar un paso adelante y tres atrás, porque con este sistemita de gestión no tengo más remedio que suspirar por el anterior y recordar que en materia de aduanas nos parecemos más a Myanmar que a nuestros socios comerciales. Que vuelvan con sus formatos, perros, despliegue desbordado de burocracias aduanales, sanitarias, de seguridad, total cualquiera diría que somos la isla más higiénica y segura del planeta. Increíble pero era más eficiente.

A estas alturas de la discusión sobre el aeropuerto el debate debería incluir la gobernabilidad y de paso la conectividad del mismo. ¿No podremos tener una vía rápida, un tren directo y confiable, una conexión de Metro que te deje dentro del recinto aeroportuario como el resto del mundo?

Analista político. @LeonardoCurzio

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