Nos encontramos en una época de enormes cuestionamientos, reflexiones y tribulaciones. El país se encamina a un proceso de definiciones de fondo. El no conocer el resultado electoral es un activo importante para un país en que la democracia sigue siendo un experimento en formación. Paradójicamente es eso lo que genera pesadumbre, pero debemos reconocer que es parte de saber que el resultado no es definido sino por el voto popular. Esto no era así hasta hace relativamente poco tiempo.

Tenemos un proceso que es objeto de varios cuestionamientos. Muchas de las discusiones giran alrededor de saber si los candidatos son los idóneos para los retos del país, si los partidos políticos se conducen bajo criterios ortodoxos de competencia o por intereses diversos, si la ciudadanía está siendo escuchada al momento en que se diseñan los programas de gobierno y las propuestas electorales, si vamos a ver un proceso en el que predominen los temas de mayor interés ciudadano o la simple descalificación, etc. Las dudas abundan y las respuestas son escasas y no muy claras.

Pero quizá la pregunta más importante que nos debemos estar haciendo los ciudadanos es qué tan activos hemos sido en los procesos de gobierno, opciones de políticas públicas, selección de candidatos, y en general, en las actividades sociales, vecinales, escolares y políticas a nuestro alrededor. Puedo anticipar que, en la absoluta mayoría de las veces, las referidas interrogantes se contestan en sentido negativo. Es decir, los ciudadanos nos hemos marginado, casi todos, de ejercer una función de examen y vigilancia, de participar en actividades comunitarias, y en general, de ser visibles ante la sociedad en tareas públicas. Aún más grave es que la participación en los procesos políticos y electorales ha sido nula en cuanto a ser o proponerse como candidatos. Finalmente, tenemos a muchos en el sector privado que no solamente no aportan, sino que al hablar de los problemas estructurales como son la corrupción y la impunidad, han sido cómplices o copartícipes de esquemas brutales de abuso. A estos últimos, recriminación absoluta, al igual que cualesquier persona involucrada en tares similares.

Por eso en este momento la llamada de atención tiene que ser con un auténtico sentido de autocrítica. Si las cosas como se presentan hoy en día no nos gustan, el ejercicio rutinario ha sido simplemente apuntar en la dirección de los gobernantes y los partidos políticos. Sin embargo, la ecuación es mucho más compleja y requiere una toma de consciencia amplia. Un ejercicio que lamentablemente no ha sido frecuente ni serio.

A todos nos debería molestar profundamente que tengamos un país con los niveles de violencia, corrupción e impunidad vigentes a esta fecha. Si bien es cierto que México cuenta con un enorme caudal de potencial y realidades económicas (muchos datos duros sobre la relevancia de nuestro país en el plano regional, hemisférico y mundial), el hecho de tener dos Méxicos con una creciente polarización resulta ofensivo. En esta fecha, por ejemplo, sabemos que hay algo así como 14 millones de mexicanos que no saben si mañana van a tener que comer. Ese dato por sí sólo es suficiente como para perder el sueño.

Así las cosas, no hay de otra. O nos hacemos responsables y le entramos al toro, o nos resignamos a ser muy críticos en tiempos electorales pero muy irresponsables en todo el resto de nuestra vida institucional y ciudadana. Mi propuesta es que seamos mucho más contestatarios, que tengamos una participación permanente en los grupos en que estamos inmersos (vecindad, escuela, trabajo, ciudades, estados, etc.), que tengamos iniciativas para hacérselas ver a nuestros gobernantes (en los tres niveles de gobierno y en los tres poderes), que salgamos de nuestras zonas de confort y busquemos puestos públicos o administrativos en donde pasemos de los dichos a los hechos.

Por ello me parece que la misión es clara: al margen de que logremos colectivamente una muy nutrida participación el 1 de julio para vencer el fantasma del abstencionismo (y así dotar de una legitimidad mayor al vencedor de las elecciones a pesar de no tener un esquema de segunda vuelta), el punto cardinal es que pase lo que pase, el 2 de julio debemos tener como objetivo común que la sociedad nunca más sea complaciente. Tenemos que volcarnos a ser participativos en todo momento. No podemos tolerar más abusos y complicidades. De hecho, el funcionamiento de los pesos y contrapesos institucionales que han probado ser tan importantes en EUA a la luz de la elección de su actual Presidente debería ser el acicate para que en México nos atrevamos finalmente a ser exigentes y participativos de tiempo completo. La moraleja es que los ciudadanos nunca más podemos ser pasivos.

P.D. Les lanzo una pregunta final. Imaginen cómo se estaría viviendo el proceso electoral en curso si en la actual administración después del Pacto por México se hubieran dedicado a gobernar con solvencia y orden. No es gratuito que el descrédito por tanta corrupción y abuso evidente tenga al partido oficial contra las cuerdas y las preferencias con quienes se presentan como antisistema. Vaya arrepentimiento que debe haber en Los Pinos, salvo que no exista consciencia alguna y asuman que no los van a tocar, aunque en justicia deberían investigarse a fondo las irregularidades y corrupción manifiesta. Al tiempo.

Secretario General de México Unido Contra la Delincuencia

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