Por José Luis Lezama

La reciente actividad sísmica y climática pareciera hacer pensar en una naturaleza enfurecida, incontrolada, amenazante sobre la especie humana. Ciertas ideas sobre ‘el fin del mundo’ han aparecido, a veces en broma, a veces como expresiones de un verdadero temor a nivel colectivo ante las fuerzas de la naturaleza y la impotencia humana, a pesar de todo el desarrollo científico y tecnológico acumulado.

Hay una amenaza real no sólo hacia la seguridad humana resultado de estos fenómenos naturales, sino también hacia el mundo no humano. Hoy día está de moda y es lugar común repetir, que no son desastres naturales sino socialmente construidos, con lo cual se quiere insistir en que los daños a la especie humana, y a los ecosistemas, no se deben en sí a factores estrictamente naturales, sino que son también resultados de la intervención humana, de decisiones que no se toman, o de decisiones que se toman irresponsablemente guiadas por factores económicos, políticos: la ganancia, la irresponsabilidad.

No obstante, lo cierto es que también existe una vulnerabilidad que nace de factores naturales y que marca nuestros propios límites. Por ejemplo, la ubicación de países como México en el marco de la actividad energética del Atlántico y el Pacífico, o bajo la influencia también de las fuerzas climatológicas que alternadamente producen la dinámica El Niño/ La Niña, se traducen en condiciones de alta vulnerabilidad, lo cual ha existido desde tiempos remotos y existe quizá hoy día con mayor frecuencia e intensidad, influido tal vez por esa otra construcción social que es el cambio climático antropogénico.

Lo mismo ocurre con los temblores y terremotos, los cuales sin duda son resultado de las condiciones sísmicas del país, que haría obligatorio un sistema de construcción normativa de ciudad en apego a las características de las regiones de México con mayor actividad sísmicas.

Los fenómenos y los desastres naturales son híbridos, parte naturales, parte humanamente provocados. Pero lo que es cierto es que su devastador efecto echa por tierra la idea arrogante del hombre moderno de su control sobre la naturaleza, y advierte sobre el carácter patológico de una actitud como la nuestra, los humanos, de destruir la naturaleza, de alterarla hasta el punto en que la transformamos en una verdadera amenaza, con lo cual ponemos en riesgo también nuestro sustento de vida, y el sustento de vida de los ecosistemas y de los otros seres de la creación con quienes interactuamos, y de quienes dependemos, y quienes a su vez dependen de nuestros actos.

Distintas regiones de México son víctimas reales o potenciales de fenómenos meteorológicos extremos: sequías, inundaciones, ondas de calor, etcétera. El norte de México, también por los cambios meteorológicos, padece de sequías extremas y catastróficas y, eventualmente, de inundaciones. Años enteros en los que no cae una gota de agua. En el sureste de México parece ocurrir lo contrario, lluvias intensas, inundaciones, pérdidas materiales, vidas humanas, y naturaleza dañada. No obstante, el sureste también padece, en su momento, años de sequía. El clima, los fenómenos meteorológicos, su lógica, su dinámica y sus efectos benévolos o catastróficos, no son todavía del todo entendidos; hace falta mucho conocimiento y, en los hechos, lo que sabemos sobre ellos es muy limitado; nuestra ignorancia, en cambio, es inmensa.

Esto lleva a la necesidad de tomar decisiones precautorias y preventivas, además de las correctivas, de planeación, que permitan construir condiciones que brinden una protección más efectiva para las personas y los ecosistemas. Esto es una tarea no sólo gubernamental, es una tarea social, ciudadana, de todos los sectores de la sociedad, y tiene mucho que ver con la generación de conciencia, con el fortalecimiento y ejercicio verdadero de las instituciones y prácticas democráticas, con la posibilidad de exigirnos y exigir a las instancias gubernamentales el cumplimiento con las normatividades, con la planeación del campo y la ciudad, y particularmente con el verdadero cumplimiento de los acuerdos internacionales, como es el caso de los Acuerdos de París para el clima, del cual México es signatario.

Profesor-Investigador de El Colegio de México
jlezama@colmex.mx

@jlezama

http://joseluislezama.blogspot.mx/
***En la foto: Lluvias asociadas al fenómeno de El Niño causaron inundaciones en Asunción, Paraguay, en marzo de 2016. (ARCHIVO EFE)

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