Baja calificación, alta aprobación y pos verdad. En el sermón mañanero de ayer, el presidente López Obrador moderó sus esperadas descalificaciones a las calificadoras globales. Sólo les reprochó “de manera fraterna y respetuosa” que, mientras hoy bajaban la calificación en su gobierno, antes hayan calificado con excelencia a los gobiernos en que imperó la corrupción. Claro, delegó en su poderosa maquinaria de redes digitales y en los espacios oficialistas de los medios la narrativa más rústica contra la nueva alerta amarilla de Standard & Poor’s. Particularmente se ensañaron con la dedicatoria explícita a los riesgos abiertos por decisiones y omisiones de estos 96 días de gobierno. Y, algo previsto desde antes de esta era de AMLO, el presidente dio un paso más en el sentido de remitir al pasado lo que pueda venir de los acumulados avisos de peligro advertidos a lo largo de la ruta marcada y seguida desde hace tres meses para la economía y la política nacionales.

Con las ventajas del bully pulpit descubierto en la Casa Blanca hace más de cien años, multiplicadas por el actual presidente mexicano, éste pudo contradecirse y establecer para sus devotos que esta nueva baja de la calificación de la deuda de México, Pemex, CFE y decenas de bancos y otras importantes corporaciones privadas, no va contra su gobierno, como lo reprochó antes, sino que “está castigando al país por la política neoliberal que se aplicó en los últimos 36 años (y) que fue un rotundo fracaso”. Y lo que acaso resulta más relevante para el análisis de los fenómenos comunicativos de hoy es la coincidencia del nuevo reporte de descenso en la calificación del desempeño económico del país y la publicación de un par de encuestas de profesionales acreditados, portadoras de una insólitamente alta aprobación del ejercicio del poder por AMLO.

Un país advertido de reprobar el inminente próximo examen, o sea, a punto de ser reprobado por tres sinodales de la economía global, aparece bajo el mando de un presidente venerado con la más alta calificación popular para sus primeros cien días de gobierno. Para Roy Campos, el presidente de la casa emisora de una de esas encuestas, tampoco se había visto una diferencia tan grande entre percepciones y datos de la realidad. Él mismo dijo que en su encuesta aparecen las percepciones de la economía y la seguridad de hoy en los más altos niveles del siglo, aunque los datos de la realidad digan otra cosa. Y en este punto de su conversación con Denise Maerker, el especialista no tuvo empacho en inscribir este resultado de la estrategia de comunicación de AMLO en el rubro de la ‘pos verdad’.

Opinión pública o dominante. Habrá que ver lo que nos deparen este fin de semana las fiestas del centenar de días del gobierno. Estaremos a otros cien días, más o menos, de que aparezca la calificación final de otra calificadora, Moody’s, que hasta ahora nos mantiene a un paso de la ‘suspensión’, como llaman en España a la reprobación escolar. Buena parte de los medios ya ha anticipado balances críticos: la llamada “opinión publicada”, en disonancia hoy —observa también Roy Campos—, con una “opinión pública” que coloca mayoritariamente sus percepciones aprobatorias a AMLO sobre los análisis adversos más documentados que se hagan públicos. Por eso es que la reina del pensamiento liberal del siglo XIX, como se llamó entonces a la “opinión Pública”, ha pasado a llamarse sólo “opinión dominante”, de acuerdo a los estudios sobre las estrategias para fabricar y dominar percepciones y corrientes de opinión.

Capacidades y disposiciones. Nadie puede negar la capacidad de conexión del presidente con las audiencias mayoritarias, con sus sistemas de creencias y expectativas, para dar en el blanco con sus mensajes y versiones de la realidad. Pero tampoco se puede ocultar su disposición a fabricar enemigos, acrecentar odios y resentimientos y, como ahora, desviar la atención de las responsabilidades correspondientes a su gestión.


Profesor Derecho de la Información. UNAM

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