Anclas a la economía. En la caída mes con mes de las proyecciones de crecimiento hay ciertamente un problema no resuelto de desconfianza, como se repite en la mayoría de los análisis, nacionales e internacionales. Sólo que éstos suelen identificarla como un problema estacional, de inicio de gobierno, en la curva de aprendizaje, a ser resuelto con señales apropiadas y ajustes correctivos. Pero la verdad es que estamos ante un problema con hondas raíces políticas que podría volverse irresoluble y, entre otros naufragios a la vista, encallar la nave de la economía.

Por ahora ésta aparece frenada por dos anclas que se traban entre sí. De un lado, el ancla de la aversión del presidente al papel que juegan el capital y los mercados en la dinamización o el estancamiento de las economías. Y, del otro lado, el ancla del pánico y la parálisis del capital ante esa evidencia, sumada a las decisiones autárquicas al margen de racionalidades financieras, técnicas o ambientales, como la cancelación del NAIM y los proyectos de Santa Lucía, Dos Bocas y Tren Maya.

Nada de esto parece pasajero o estacional. En la base está el factor político que aterra más al capital e incide en el freno al crecimiento: la re concentración en curso del poder en una persona, sin frenos ni contrapesos, con su corolario de decisiones discrecionales, inconsultas o con cínicas simulaciones de consultas. Así se han destrozado arreglos institucionales y acuerdos sectoriales que se consideraban firmes, es decir, confiables, lo mismo con el mundo del dinero global (la cancelación de las rondas petroleras) que con actores internos (la cancelación del sistema de Metrobús de La Laguna). Y así se han sembrado los caminos mexicanos de advertencias sobre los riesgos de transitarlos, bajo el asedio permanente del prejuicio ideológico, la celada política, el cálculo clientelar electoral o simplemente el humor presidencial.

A perpetuidad. Más alejados todavía del supuesto de la temporalidad o estacionalidad del problema, aparecen los aprestos del presidente y su grupo para perpetuarse en el poder. Esto, a través de una maquinaria clientelar basada en dádivas directas a una franja del mercado electoral suficiente para ese propósito, con el agregado del languidecimiento anunciado de la autoridad electoral y su autonomía. En el allanamiento de esa ruta corren además los empeños del régimen por desaparecer o desvanecer los órganos autónomos del Estado y por desacreditar el ejercicio del derecho de amparo por los particulares víctimas de la autarquía. E, incluso, por imponerle limitaciones a este derecho emblemático en la historia jurídica nacional.

Siempre sospechosos de ‘conspiraciones’ críticas, actuales o potenciales, la pinza de la permanencia indefinida del nuevo régimen parecería cerrase con la desmoralización de los exponentes del arte y la cultura que acompaña la degradación del FONCA. También, con el ahogamiento presupuestal de la comunidad científica, impedida ahora, además, de circular sin autorización presidencial por los centros internacionales de producción de conocimiento. Y lo más reciente: al estrangulamiento financiero de las universidades públicas, se agrega ahora el inicio de la demonización de las privadas, empezando con el ITAM.

Polarización. Por supuesto, estos factores de la desconfianza no agotan sus efectos de desconcierto y parálisis en los exponentes del capital. Tras las consecuencias materiales en la población del estancamiento y los recortes del gobierno, más el avistado estrechamiento de las libertades, asoma ya la inconformidad política en las afueras de las zonas de control clientelar. Y aterra otro horizonte no propicio para crecer: la polarización entre clientelas azuzadas por el oficialismo y ciudadanos marginalizados por el régimen.


Profesor Derecho de la Información UNAM

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