Sondeos y segunda vuelta. Las encuestas se han erigido en actores centrales de los procesos electorales. Producen tantos o más efectos cognitivos en las audiencias que los mensajes de candidatos y partidos, modifican o refuerzan actitudes sobre las opciones a votar y suelen determinar los comportamientos del votante en la soledad de las urnas. En el debate público estadunidense se les suele incluir en el ‘triángulo de hierro’ que se cierra sobre la democracia, junto con el dinero de campañas y los medios, según les vaya con estos actores a unos o a otros contendientes. En buena hora el Instituto Nacional Electoral ha reunido a un número de encuestadores de primera línea para discutir el tema. Sus reflexiones se han publicado por el propio INE en un libro de la mayor oportunidad y utilidad, La precisión de las encuestas electorales: un paradigma en movimiento.

En una rica conversación para mi programa La agenda pública en los libros, de Foro TV, que se trasmitirá este domingo, con tres de los autores, Claudio Flores, Alejandro Moreno y Julio Juárez, los tres han dejado atrás el discurso de hace treinta años —en que se inauguraron en México estos estudios— en el sentido de que se trataba de ejercicios sin consecuencias en la decisión de los electores. Igual que los grandes medios —otro vértice del triángulo—, los encuestadores argumentaban entonces en favor de una supuesta inmunidad de los votantes, a los que se consideraba agentes externos a los procesos. ¿Entonces por qué el mayor gasto en las campañas iba (antes de la reforma de 2008) para los medios y ahora los candidatos contratan a legiones de empresas encuestadoras? Ésta era una pregunta viva en aquellas discusiones que quedaron atrás. Porque hoy se sabe que lejos de estar fuera de campañas y elecciones, los tres vértices —dinero, medios y encuestas— ejercen un protagonismo decisivo en los resultados electorales.

Un ejemplo elocuente del papel de las encuestas me relataba el fin de semana pasado en Santiago el joven y brillante politólogo y líder del Partido Liberal chileno, Vlado Mirosevic. Las encuestas le atribuían a la candidata del Frente Amplio, Beatriz Sánchez, entre el 8 y el 10 por ciento de las intenciones de voto para la primera vuelta y se requería un mínimo de 22 para pasar a la segunda vuelta. Los votantes más dispuestos a cerrarle el paso al ganador Sebastián Piñera se inclinaron naturalmente por la opción más cercana a ese mínimo, de acuerdo a las encuestas. No estaban dispuestos a desperdiciar su voto por la candidata rezagada, según las mismas encuestas. Pero el Frente alcanzó el doble de votos de los que decían las encuestas: 20 por ciento, por lo que el problema de los encuestadores dejó de ser simplemente de precisión para efectos académicos y se volvió crítico para el debate público.

Segunda vuelta mexicana. Esta candidata se quedó a dos puntos de pasar a la segunda vuelta, aún con el incentivo del voto útil en contra. Las encuestas beneficiaron a otra opción en perjuicio del Frente, cuya candidata además hubiera resultado más competitiva frente a Piñera, a la vista de la mayoría alcanzada por el Frente en la Cámara de Diputados. Por cierto, mi interlocutor Vlado Mirosevic, autor de Libres e iguales (FCE, 2017), fue reelecto diputado con el mayor porcentaje de votación a escala nacional.

Para nadie es un misterio lo que se juega en las percepciones del votante mexicano ante tres candidatos presidenciales que suscitan emociones altamente polarizadas. A la vista de las encuestas, son mayoría los electores más dispuestos a cerrarle el paso al candidato más temido o repudiado, que los inclinados a abrirle el paso a su opción más deseada (alrededor de un tercio en las mismas encuestas). De allí el efecto de segunda vuelta esperado en los electores de un real o supuesto rezago de uno de los tres, en la definición del voto útil para detener al más indeseable. Y aquí, como en Chile, las imprecisiones serían mucho más trascendentes que una curiosidad académica.


Director general del Fondo de Cultura Económica

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