Volver al origen. Éste podría ser un sentido posible del anuncio del futuro presidente de integrar en una sola “entidad”, en nombre de la austeridad, el trato del gobierno con los medios, acaso para concentrar todos los recursos de las oficinas de comunicación que hasta hoy funcionan en las secretarías y demás organismos públicos. Ya veremos los resultados, pero la fórmula recuerda la creación en 1937 por el presidente Lázaro Cárdenas del Departamento de Prensa y Publicidad, dependiente de la Presidencia de la República. A aquel DAPP se le encargó centralizar la información proveniente de todas las Secretarías de Estado y Departamentos Autónomos, de procesarla conforme a la política del régimen y de difundirla siguiendo los mismos lineamientos

Allí se incubó un modelo comunicativo propio de la fase culminante del proceso de concentración del poder que suele seguir al triunfo de las revoluciones y que en México condujo a un virtual monopolio del poder político, en paralelo a un también virtual monopolio de la definición de los temas de conversación de la gente, a través del control de los medios. Con las particularidades del modelo posrevolucionario mexicano, se trata esto último de lo que décadas después se llamó ‘establecimiento de la agenda pública’, sólo que sin acceso de voces diversas a la competencia por definir esa agenda. En efecto, el derecho de acceso a los medios, consustancial a las sociedades democráticas, se fue abriendo paso penosamente hasta vencer al modelo posrevolucionario.

Y fue en el ejercicio de ese derecho que se sustentó la muy eficiente estrategia de López Obrador para fijar su discurso y su proyecto en las mentes de millones de votantes, precisamente a través de su nutrido acceso a los espacios mediáticos y a las redes. Y la pregunta aquí es si quedarán resquicios para la competencia democrática de otras voces de la pluralidad en la definición de la agenda pública a través de los medios, a la vista de las señales que apuntan a centralizar la comunicación, con el dato adicional del pedido anticipado por AMLO a la Cámara de la Radio y la TV para que los medios trasmitan diariamente en vivo sus conferencias mañaneras.

Volver al futuro. La función de aquel modelo de comunicación pública gestado ocho décadas atrás, fue fijar en la sensibilidad colectiva las bondades y el carácter inevitable de la perpetuación de un poderoso sistema político que depositó en el presidente de la República, sin regateos, el mando supremo de las Fuerzas Armadas y un formidable aparato estatal con su expansiva administración pública, hoy en el frenesí de los cambios anunciados por el presidente en ciernes. Aquel sistema le dio también al presidente el mando incontestable de un partido dominante como el que ahora se prefigura en Morena, a través del cual el Ejecutivo mantuvo bajo control los poderes Legislativo y Judicial, además de los gobiernos estatales, así como la potestad de decidir el titular del siguiente periodo de gobierno.

Centralizar. Aquel sistema se promovió como modelo internacional de paz, estabilidad y desarrollo: un ‘milagro mexicano’, de la misma manera en que López Obrador habla hoy de su movimiento como ejemplo mundial de movilización popular para emprender una cuarta transformación que dé seguimiento a la tercera, iniciada por Madero y coronada por Cárdenas, esta vez, hay que reconocerlo, mediante votos contados y no sólo a través de consensos clientelares y controles corporativos.

Con socarronería compartible se refirió el futuro presidente a las oficinas de comunicación que replicaron en todas las dependencias y entidades de los siguientes gobiernos el departamento cardenista de prensa y publicidad. Aligeradas de la carga ideológica original, estas réplicas fueron equipadas con recursos que les permitieron tejer una tupida trama de intereses de las burocracias del gobierno con los medios, que López Obrador se dispone aparentemente a reconcentrar en Palacio Nacional. ¿Austeridad, cambio o restauración?

Director general del Fondo de Cultura Económica

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