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Los sistemas políticos de la modernidad, surgidos en el siglo XVI y consolidados en el siglo XVIII, partieron del paradigma de la concentración del poder. Si bien es cierto que estos sistemas lograron avanzar en distintos aspectos, como la igualdad de derechos y algunos ámbitos de libertad, por otro lado excluyeron a los ciudadanos de responsabilidades públicas. La modernidad debilitó la figura del ciudadano.
La ciudadanía es una figura necesaria para el adecuado desarrollo social. El concepto de ciudadanía se refiere a la condición de pertenencia de una persona a una comunidad. Supone derechos y obligaciones. Da a la persona un rol que cumplir en el contexto social.
Una sociedad donde sus integrantes no se comportan como verdaderos ciudadanos, corresponsables de lo público, es una sociedad destinada al fracaso.
Hannah Arendt insistía en la importancia para la sociedad de desarrollar el espacio público como lugar donde los sujetos pueden hacerse ver ante otros, condición que los convierte en ciudadanos. El poderse hacerse ver ante otros es la característica más importante de la ciudadanía: una plena identidad que nos hace pertenecer a la comunidad pública.
Solo a través de la identidad se genera el ambiente de confianza a través del cual los integrantes de una comunidad pueden alcanzar el pleno desarrollo. Cuando no existe identidad clara, cuando lo que existe es anonimato, no se puede construir comunidad, no existe ambiente de confianza y se hace imposible el desarrollo de la ciudadanía.
La comunidad pública se construye cuando existen vínculos sólidos entre los integrantes que la componen. Los vínculos suponen, entre otras cosas, identidad, solidaridad y visión de futuro.
Durante años, distintos pensadores preocupados por la debilidad de la ciudadanía en la modernidad, como Jürgen Habermas, Amitai Etzioni, con su planteamiento comunitarista, o Alejandro Llano, con su Humanismo Cívico, han buscado la superación del planteamiento político de la modernidad, de concentración del poder y ciudadanía débil. Una esperanza han sido las redes sociales como mecanismo de democratización y fortalecimiento de ciudadanía.
La esperanza de utilizar la tecnología para generar comunidades robustas con espacios públicos de deliberación, cooperación y solidaridad es algo que ha pasado por la mente de muchos. La idea de que los medios tecnológicos nos ayudan a ejercer una mayor libertad y responsabilidad ha sido el centro del ideario de los creadores de las redes sociales, el discurso prototípico de Mark Zuckerberg.
Sin embargo, lo que no se calculó, lo que no se visualizó con claridad es el hecho de que gran cantidad de actores que se suman diariamente a las redes sociales lo hacen bajo pseudónimos, en el anonimato. Las opiniones allí dadas suelen ser irresponsables, sin compromiso con la comunidad a la que se han sumado. Con ello hacen imposible la construcción de ciudadanía.
Los llamados bots, la manipulación de la opinión pública, la falta de respeto a los demás y la destrucción del lenguaje han pervertido el uso de las redes. Las redes sociales, que deberían haber sido la génesis de una nueva ciudadanía, se han ido convirtiendo justamente en lo contrario: el lugar en el que ha irrumpido la deconstrucción social.
Rector de la Universidad Panamericana-IPADE
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