El pasado 7 de septiembre sorprendió a los estados de Chiapas y Oaxaca un sismo de 8.2 grados Richter, probablemente el más intenso de la historia reciente de nuestro país. En algunas de las zonas más pobres de esos estados la tragedia fue enorme. En la Ciudad de México se activaron las alertas sísmicas, prácticamente no hubo daños.

Doce días después, el 19 de septiembre, otro sismo de 7.1 grados Richter causó un colapso de enormes dimensiones: en la Ciudad de México: 10 mil inmuebles dañados, de los cuales 40 se derrumbaron durante el sismo y 400 deberán ser demolidos. Igualmente, los estados de México, Morelos y Puebla sufrieron graves daños. La cifra de muertos contabilizada al momento es de más de 300.

Vivimos un momento difícil. El mes que corre ha sido uno de los más intensos que podamos recordar en los últimos años.

El clima de adversidad hizo reaccionar de forma admirable a todos los actores que componen el país, sacó lo mejor de gran cantidad de personas. Escenas que conmovieron al mundo entero mostrando la grandeza de México, la fuerza interior de México. Se trató de un gran contraste comparado con los últimos años en que ha reinado un clima de inconformidad y abulia generalizada.

Ante ello, es un buen momento para reflexionar, para redescubrirnos, para hacer un parón en el camino, valorar lo que somos, lo que hemos logrado y sacar ánimo para construir un futuro magnánimo. Para perdonarnos y entender que es mucho más lo bueno que tenemos que los temas negativos recurrentes, cansinos, de corrupción e inseguridad. Algunas reflexiones de mayor fondo están en el redescubrimiento del hombre que está detrás de todo ello, darse la oportunidad de realizar un “viaje al centro del hombre”, en palabras de Carlos Llano. El hombre que es capaz de cometer los peores crímenes pero también de realizar las más grandes hazañas.

El hombre que se desenvuelve en una contradicción: nace para ser pleno, feliz y aspira a ello de todos los modos conscientes e inconscientes, pero que al mismo tiempo está condenado a vivir momentos de dolor. Todos pasamos por momentos de dolor, por adversidades de distinto grado a lo largo de nuestra vida. La adversidad y el sufrimiento que conlleva es inevitable.

Sin embargo, nuestra cultura se instaló desde hace años en la idea de evitar el sufrimiento a toda costa, de no enfrentarlo y con ello de no superarlo. Cuando se evita el sufrimiento por todos los medios posibles la personalidad se achica, la vida deja de ser apasionante, se vuelve abúlica. En cambio, cuando se enfrenta el sufrimiento, la voluntad se crece frente a los obstáculos, adquiere una profunda grandeza y orgullo y hace que la vida adquiera sentido.

Desde luego a nadie nos gusta la adversidad, entra a nuestra vida sin preguntarnos, pero es una gran maestra. Nos enseña que lo que tenemos se puede perder, que hay que valorarlo, que sólo se puede ser feliz por contraste, como ocurre en la vida: la luz se aprecia porque existe la obscuridad, la vida porque existe la muerte, el descanso porque existe el cansancio.

El psiquiatra Víctor Frankl explicaba que la salud se basa en un cierto grado de tensión y Schopenhauer construía la explicación de la vida entre tensión y aburrimiento. Dice un viejo proverbio latino: “La prosperidad muestra a los dichosos, la adversidad revela a los grandes”. Lo importante ahora es que lo que hemos crecido no se pierda frente a un panorama de normalidad.

El profundo orgullo simbolizado en Fuerza México nos ha dado la oportunidad de ser mejores, descubrir que tenemos una grandeza interior que la abulia de la vida sin mayores retos no nos permite ver. Y es que crecer duele, pero el dolor bien llevado convierte nuestra vida en una vida lograda.

Rector de la Universidad Panamericana-IPADE

Google News

Noticias según tus intereses