Decía Max Weber que en las ciencias sociales no existe la objetividad de la manera en que sí ocurre en las ciencias naturales. Eso por muchas razones, pero una central es que todo observador tiene su propia percepción subjetiva; valores, temores, resentimientos, rencores o esperanzas. Lo cual se refleja en la forma en que ve las cosas, cómo las interpreta, y emite juicios de valor a partir de su propia escala, su ideología, sus preferencias. Exigir objetividad a los académicos, analistas o periodistas no tiene mucho sentido. Lo que sí se puede buscar es la neutralidad, decía Weber; marcar tanta distancia como sea posible con los actores del drama y evaluarlos con la misma vara. Pero muchos observadores de la política deliberadamente eligen desechar la neutralidad, y acogen una causa, ideología o incluso un partido que las encarne, y hacen abierta campaña y promoción de ellos. En tal caso hay una militancia activa y consciente bajo la premisa de Marx, por ejemplo, de que no basta con analizar y comprender la realidad; hay que transformarla.

Ante lo cual Weber recomendaba explicar cuáles eran las preferencias personales, las inclinaciones ideológicas, programáticas o partidarias, para que el auditorio pueda saber por dónde pueden venir los sesgos. Decir por ejemplo, si se es monarquista o republicano, demócrata o pro autoritario, en favor del libre mercado o del intervencionismo del Estado. O en otros asuntos, a favor de despenalizar la droga o el aborto, estar por la privatización o estatización de la energía, etcétera. Y más concretamente, si hay identificación o militancia en algún partido, señalarlo. Eso no implica, dice Weber, que el análisis respectivo estará despegado del todo de la realidad “objetiva”, pese a los sesgos. Decir las preferencias pone sobreaviso al público, quien podrá decidir qué parte del análisis le es convincente y qué parte la atribuye a los sesgos del analista. Esto, a propósito de la polémica recomendación hecha por Hernán Gómez en estas páginas (21/Sep), donde recomienda que los miembros de la opinocracia publiciten sus preferencias. Estoy de acuerdo con ello, si bien eso puede traducirse en que quienes no comulguen con sus ideas o inclinaciones, descalifiquen todo el análisis sin importar que, pese al posicionamiento del escritor, pueda tener razón en algunas cosas. Si existen ciertas relaciones causales en los fenómenos sociales, un observador podría detectarlas y difundirlas. O una crítica a cierto actor político puede tener sustento, al margen las preferencias de quien la emite (si bien eso mismo genera sospecha de parcialidad).

De ahí que sea muy frecuente descalificar el análisis o crítica de alguien por sus inclinaciones políticas (argumento Ad hominem); es de derecha o es de izquierda, le va a tal partido o tal otro, luego entonces lo que ha dicho pierde todo valor. Más aún si las cosas se ven de forma maniquea (el que no está con X, está necesariamente con Y). Al caer en ello, no hay posibilidad de analizar lo dicho por el interlocutor y ver si, pese a no comulgar ideológicamente con él, puede tener razón en algún punto. La descalificación es automática. Con todo me parece bien que los analistas expresen sus preferencias, sean por tal o cual régimen político, modelo económico, agendas sociales, políticas públicas, y si se identifica con algún partido político; pero resulta que hay varios que no tienen preferencia por ningún partido en concreto, aunque sí tengan apegos a ciertas ideas o modelos. De modo que, es posible estar contra X y a favor de Y, pero también estar contra X y contra Y al mismo tiempo, o incluso en ciertos temas estar con X y con Y. Eso no invalida los argumentos ni las críticas; unos y otras tendrían que revisarse a partir de hechos, marcos interpretativos, información, y no sólo de las convicciones o preferencias del observador. Eso es parte de la cultura democrática, tan escasa en nuestro país.


Profesor afiliado del CIDE.
@ JACre spo1

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