Más allá del disgusto que provoca en muchos mexicanos (desconozco el porcentaje) de la visita de Nicolás Maduro a México, en realidad no debiera sorprender. Sabemos que muchos obradoristas, desde que militaban en el PRD, veían la revolución bolivariana con muy buenos ojos. Pensaban que por ahí debía marchar nuestro país para conseguir las metas sociales que se supone estaba consiguiendo Venezuela. Y es verdad que mucho se logró en un principio, pero a partir de medios y políticas que más tarde provocarían un desastre económico. Justo esa es una de las acepciones más difundidas de populismo económico y social; la búsqueda de mayor igualdad a través de programas pero con un financiamiento insano, por lo que resultarán contraproducentes. Pero pese a los resultados en ese país, Morena mantuvo una relación de estrecha amistad. López Obrador tuvo siempre el cuidado de no reconocer públicamente esa misma amistad, por la carga que ello implica (el supuesto paralelismo con Hugo Chávez, como sostuvo la propaganda panista en 2006). Pero siempre evitó opinar sobre el régimen bolivariano, escudado en el antiguo principio de no intervención. Y la invitación a Maduro ahora se justifica a partir de una política de respeto e inclusión de todos los gobiernos. No era indispensable desde el punto de vista diplomático, pero sí desde la perspectiva de la amistad. Incluso poco después de la elección presidencial, Morena acudió al Foro de Sao Paulo en La Habana, y dio su respaldo formal tanto al régimen de Maduro como al de Daniel Ortega, de Nicaragua, ambos con graves déficits democráticos. De ahí que lo sorpresivo hubiera sido que no se invitara a Maduro a la toma de posesión.

Venezuela está en graves problemas económicos; el año pasado decreció 18 %, y la inflación en 2017 llegó a 2,600 % (y en este año será muy superior). La violencia también es un grave problema. Los homicidios por cada 100 mil personas superan a los de México, que ya es decir (89 frente a 26). Según el Latinobarómetro (2018), Venezuela está en el último lugar de 18 países sobre la evaluación de su economía; sólo 1 % la valora bien, y apenas 6% considera que “está progresando”. Sin embargo, y quizá justo por todo eso, los venezolanos se distinguen del resto de los latinoamericanos en su respaldo a la democracia, y no porque piensen que en su país prevalece ésta, sino más bien porque anhelan su recuperación. En contraste, muchos países latinoamericanos están decepcionados con su democracia en particular por los insuficientes resultados socio-económicos que ha reportado. Ante la pregunta si en cada país hay democracia, Venezuela presenta un 37 % que lo niega rotundamente (México aparece en 10 lugar con 11% que lo niega). Y al evaluar la satisfacción con su respectiva democracia, Venezuela está en el lugar 15 con 12 %, en tanto que México está en el lugar 14, con 16 % de satisfechos. La caída en ese indicador en Venezuela es espectacular; todavía en 2006 el porcentaje respectivo era de 59%.

Por otro lado, Venezuela es el país que más respaldo otorga a la democracia como régimen con 75% de apoyo (en México, es sólo de 38 %). Y ante la pregunta de si un gobierno autoritario podría ser preferible, sólo 6% de los venezolanos lo suscriben (frente a 11 % de mexicanos). Cuando se pregunta si la democracia, pese a sus defectos, es preferible a otros regímenes (al estilo de Churchill), Venezuela aparece en 4 lugar de aceptación con 73 % (México se encuentra en el lugar 14 con 55 % de ciudadanos que validan esa afirmación). Cabe decir que en México, la baja evaluación de su democracia probablemente se asocia con la era neoliberal y el desastre que muchos le atribuyen. Y de ahí su baja calificación. Por lo cual, es casi seguro que en la evaluación del año que viene las expectativas sobre la democracia subirán significativamente, pues se asociará a la 4 Transformación. Algo parecido ocurrió cuando Vicente Fox llegó al poder cuando esos indicadores fueron muy altos.

Profesor afiliado del CIDE.
@ JACre spo1

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