Al presentar el tercer tomo de la trilogía de Enrique González Pedrero, País de un solo hombre (FCE), en torno a Santa Anna, decía yo que este villano histórico es en realidad un precursor de la actual clase política. Cambiaba de “chaqueta” (es decir, de bando o ideología) cada vez que le convenía para seguir en el poder. De liberal a conservador, de republicano a monárquico, de federalista a centralista, lo que hiciera falta y cuantas veces fuese necesario. En una ocasión, cuando se le echó en cara su falta de congruencia, respondió: “Sin abandonar aquella independencia que me es genial, y consultando los verdaderos intereses de la patria, he obrado siempre por las inspiraciones de mi corazón que se inclina a hacer el bien”. Francisco Zarco decía de los santanistas que: “Nadie puede calcular cuáles son las miras de esos hombres, qué es lo que pretenden. Ni ellos mismos lo saben, porque sólo quieren lo que quiera su héroe, aunque sea contrario a lo que quiso ayer, a lo que querrá mañana”. Así es nuestra clase política; cuando se les acaban las oportunidades de ascenso en su partido, de pronto descubren que éste se ha corrompido, que ha traicionado sus principios e ideales originales. Surgen tránsfugas de todos los partidos que a su vez reciben a quien sea que les pueda dar votos, financiamiento o debiliten a sus adversarios. El único criterio real para tales brincos es el interés para conquistar o preservar el poder. Eso de las ideologías es un pretexto para legitimar el acceso al poder. Eso se lo dejan a los ciudadanos para que éstos, ingenuamente, confieran el poder deseado a quienes presuntamente los representan ideológicamente.

En el caso de López Obrador, algo de magia debe haber, como lo sostienen sus devotos, cuando sus adversarios quedan boquiabiertos al conocerlo personalmente e intercambian palabras con él. Alfonso Romo, quien fue duro crítico de él durante el 2006, y quien decía que las propuestas de AMLO eran propias del siglo XVII, al conocerlo personalmente quedó impactado y cambió radicalmente su imagen de él. Y vio que el proyecto que tanto había cuestionado en realidad era bueno. Otro tanto le pasó a la senadora Gabriela Cuevas, quien dice haber descubierto a un López Obrador totalmente distinto a lo que había pensado (lo que implicaría que juzga muy a la ligera). Más aún, comprendió en ese momento que sus propias ideas de toda la vida eran erróneas, y las reformas por las que votó habían de ser echadas abajo. Por lo mismo, todo lo que diga en adelante la senadora Cuevas (y segura diputada por Morena) habrá que tomarlo con pinzas; nada garantiza que dentro de tres años no nos diga que Morena la decepcionó, que cambió de rumbo, que no cumplió, y que ha descubierto que el verdadero camino de transformación nacional está en el Partido Verde o, por qué no, en el PRI. Pero dicho ejercicio de escepticismo habría que hacerlo no sólo con la senadora (ahora “independiente”), sino con todos los políticos en general. Nunca se sabe cuándo va a saltar el próximo Santa Anna. En las próximas semanas seguramente veremos más.

Como sea, cuando López Obrador empezó a recibir tránsfugas de otros partidos algunos obradoristas expresaron su malestar. Ante lo cual aclaró que serían recibidos quienes quisieran, a condición de no darles cargos, pues “lo que queremos… que hagan es … servir realmente a transformar el país”. John Ackerman escribió entonces sobre los recién llegados: “Se han subido muy tarde al barco de la esperanza y tendrán que esperar en la fila o, en su caso, demostrar por medio de un sólido trabajo cotidiano y un claro ejemplo de rectitud que merecen encarnar el proyecto de Morena en algún espacio de gobierno o de representación en el futuro” (Un chapulín no hace verano, 24/IV/17). Pero AMLO no respetó la condición que impuso, por lo que serán muchos los morenistas genuinos que tendrán que seguir esperando en la fila —ellos sí— para dar acomodo a los camaleones provenientes de otros partidos.

Analista político.
@JACrespo1

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