Cuando los años previos a la elección López Obrador empezó a reclutar y aceptar personajes que habían sido cuestionados por él mismo y sus seguidores como gente indeseable, corruptos o parte de la mafia, fue el pragmatismo el que permitió justificarlo. Se trataba de ganar pese a hacer a un lado el código ético que se supone distinguiría a Morena de los demás partidos. Al fundar su partido, AMLO señaló que “(Morena) deberá ser diferente a los (partidos) existentes; si no, ¿para qué hacerlo? En cualquier configuración, Morena debe convertirse en un referente moral”. Pero el pragmatismo elemental recomendaba ceder en congruencia hasta alcanzar el poder. Sin duda pero, ¿no es eso mismo lo que dicen y hacen los demás partidos? ¿En qué radicaría la diferencia? Ante lo cual se decía que eso cambiaría a partir del triunfo, cuando ya se podría manejar el partido con los valores que —según él— le son distintivos. Sin embargo, de acuerdo a la lógica maquiavélica, quien sacrifica los valores para acceder al poder lo hará también en el ejercicio, expansión y conservación de ese poder. Y todo indica que eso empieza a ocurrir.

Ahora, transigir con algunos valores que distinguirían a Morena de los demás se presenta como vía de obtención más poder y concentrarlo en mayor medida para así realizar los cambios prometidos (el “Cambio Verdadero”; la “Cuarta Transformación”, “Haremos Historia”, etcétera). Y los seguidores, al menos los más devotos, están dispuesto a justificar tales licencias. Muchos críticos y adversarios de López Obrador decían durante la campaña que recibir impresentables en Morena (de todo signo y sin importar la trayectoria personal o política), le alejaría votos, al grado en que de nuevo perdería la elección. Algunos pensábamos, por el contrario, que la devoción (cuasi-religiosa) prodigada por muchos seguidores de AMLO, combinada con el enojo y hartazgo con el PRI y el PAN (más que comprensibles y justificados), le permitirían hacerlo sin menoscabo electoral. Y justo por eso AMLO continuaba con dicho reclutamiento indiscriminado; sabía que la incondicionalidad de sus seguidores le permitía una flexibilidad ética sin mayor costo político. Por esa misma razón, los permisos que en adelante siga dando López Obrador a su código ético y moral, para concentrar mayor poder y realizar los cambios prometidos, igualmente serán justificados plenamente —o cuando mucho considerados como una falta menor— por el grueso de sus devotos.

En el episodio de avalar a Manuel Velasco y aliarse con el Partido Verde, los obradoristas que han apoyado a AMLO de manera condicionada (es decir, sin cheque en blanco) protestaron o al menos se dijeron decepcionados, haciendo votos por que algo así no vuelva a ocurrir. En cambio, el ejército de incondicionales minimizó el hecho, o incluso lo justificó como una medida pragmática, diciendo que así es la política y todos los partidos lo hacen. Con lo cual reconocen implícitamente lo que sus críticos afirman; que Morena no es el partido distinto, el “referente moral” que dijo ser. Ante tal aval de sus incondicionales, AMLO tenderá a seguir la línea pragmática cuando así le convenga. Sus devotos lo alientan y le permiten hacerlo. Paradójicamente, de esa forma se frustrará el “cambio verdadero” que pregonan, al menos en lo político. En cambio, si el grueso de obradoristas denunciara esas licencias y le exigiera a AMLO no incurrir en ellas, su margen de maniobra para ello se reduciría, y en efecto lo pensaría dos veces antes de seguir por ese camino. Las ganancias obtenidas con el pragmatismo burdo serían menores que perder el apoyo y la credibilidad de los suyos. Por lo cual, paradójicamente, los incondicionales de López Obrador minan con su gran condescendencia las probabilidades de que se avance en el cambio ético que pregonan, justo para que las cosas no se sigan haciendo como las hacía la mafia del poder. A mayor incondicionalidad, menor impulso al cambio.

Profesor afiliado del CIDE. @JACrespo1

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