El día de hoy termina la elección más grande y competida que hayamos tenido en muchos años. Por fortuna ya se van los spots musicales y las propuestas de campaña que incitaban más a la hilaridad que a la seriedad. Se van las llamadas telefónicas que nos inducían a votar en contra de un candidato. Se van las encuestas dudosas, la propaganda negra, las fake news electorales y los dimes y diretes de los candidatos que poco o nada aportaron para ofrecer información relevante en los electores. Se van por el momento, hasta en tanto no cambien las reglas que incitan a estas malas prácticas de la democracia.

De lo que no estoy muy seguro que se vaya a ir en lo inmediato, es la polarización y encono político que nos dejan los partidos, candidatos y otros actores de poder, interesados en mantener el statu quo. Al contrario, con sus discursos de hostilidad y creo que en algunos casos hasta de odio, generaron un ambiente de tensión social, que, llevado a las instituciones de gobierno, bien puede provocar ánimos de poca colaboración entre los poderes públicos. Claro está que, si un partido o coalición logra la mayoría necesaria en el Congreso, tendrán mejores oportunidades de impulsar diversos temas de su plan de gobierno, pero en todo caso, veo muy complicado que logren la mayoría de dos terceras partes de ambas cámaras, así como de 17 Congresos locales, para asegurar reformas de orden constitucional. De ahí la importancia de crear un nuevo estado de ánimo social, en donde la convergencia de propósitos y de posibles acciones comunes sean la moneda de curso común. Nuestra nueva pluralidad no debe ser sinónimo de exclusión, imposición o peor aún, de revanchismo.

Para impulsar una nueva transformación nacional del tamaño de la independencia, la reforma o la revolución, se va a requerir de algo más que de una mayoría calificada en el Congreso que apoya al nuevo presidente. Al menos así lo entendió Nelson Mandela, quien ganó la elección presidencial con cerca del 62.6% y, aun así, convocó a un gobierno de coalición conformado por las principales fuerzas políticas, para fijar conjuntamente las nuevas reglas del sistema político que estaban por construir. Claramente Mandela tenía una mente privilegiada. En lugar de arrollar con su mayoría parlamentaria a sus oponentes, les ofreció ser parte del gobierno, e incluir sus ideas y aportaciones, para elaborar un nuevo arreglo institucional. Una nueva Constitución. La refundación de la nación.

Aunque son diferentes los contextos de México y Sudáfrica, no es mala idea impulsar los cambios ofrecidos en campaña, por medio un arreglo en el que participen los actores políticos más relevantes con representación parlamentaria, con el fin de establecer una agenda de temas en común. Si bien es cierto que el gobierno de coalición de Mandela duró apenas dos años, fue tiempo suficiente, para construir las bases de reconciliación que necesitaba y demandaba su sociedad.

¿Cómo reconciliar a México en el actual contexto? Obvio, en primer lugar, respetando el voto libre de sus ciudadanos. Con un gobierno legítimo, son diversos los caminos que se pueden recorrer hacia adelante, pero principalmente los Estados que han intentado esta ruta, lo han hecho por medio de tres acciones concretas: Por medio de comisiones de la verdad, amnistías políticas y gobiernos de coalición.

Estos han sido elementos fundamentales con los que se ha pactado la consecución de un segundo paso. Una transición a un nuevo régimen, con nuevas reglas del juego político, en el cual se establezcan las instituciones que habrán de regular al nuevo sistema electoral, sistema de partidos y sistema de gobierno.

Sea cual fuere la ruta a seguir hacia el futuro, deben de intentar reconciliar al país. Es un primer paso imprescindible para lograr cualquier transformación futura. Tal vez, sea la oportunidad que faltaba para concluir el ciclo de nuestra larga transición a la democracia.

Académico en la UNAM. @Jorge_IslasLo

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