Después del debate del pasado 20 de mayo en Tijuana, ha quedado claro que en la recta final sólo quedan dos contendientes reales: Ricardo Anaya y Andrés Manuel López Obrador. Los electores ahora están colocados en una disyuntiva: elegir entre el candidato que ofrece un cambio profundo, pero con certidumbre y responsabilidad (Ricardo Anaya), o quien ofrece un cambio sin futuro responsable y con absoluta incertidumbre (AMLO).

Clases medias, empresarios y trabajadores, que aún no deciden su voto, o quienes apostaban por Meade, deben responsablemente tomar una decisión pensando en el futuro del país por varias décadas.

Es un momento de quiebre en nuestra historia nacional. La cita que tenemos el primero de julio con el destino de México es de una enorme trascendencia. Y como en nuestro sistema político no existe el mecanismo de doble vuelta presidencial, los votantes pueden hacer uso de su segunda opción para hacer ganar a un candidato y hacer que pierda el que no le da ninguna confianza. Es el uso del voto útil a favor de la mejor opción.

La renuncia de Margarita Zavala a su candidatura abre la posibilidad de que el electorado que la seguía, y que no quiere al PRI en el gobierno, termine razonando su voto y decida sufragar por la coalición encabezada por Anaya.

Este fenómeno empieza a perfilarse ya en mucha gente, incluso en simpatizantes de la campaña de El Bronco.

Ya las propuestas de cada coalición han ido quedando muy claras. Las que ofrece López Obrador son una mezcla de locuras con inviables e irracionales regresos al pasado, como el de impulsar una “Constitución Moral”, traer al Papa para que le ayude a frenar la violencia. O dar becas de 29 mil pesos anuales a 150 mil estudiantes de bachillerato y a los ninis, o cancelar la construcción del nuevo aeropuerto enfrentándose con los empresarios. O la tonta ocurrencia de regresar a gobernar con la Constitución de 1917.

Y una de sus últimas ocurrencias que revelan ignorancia y conservadurismo es retomar la política de Estados Unidos que fue la “Alianza para el Progreso”, política imperialista de los años 60 para profundizar la dependencia de los países latinoamericanos y justificar sus intervenciones militares en Centro y Sudamérica.

Sin restarle importancia al cáncer de la corrupción, para este personaje todos los males se van a eliminar acabando con la corrupción. ¿Cómo resolver el problema de la migración? Acabando con la corrupción; ¿cómo resolver el tráfico de armas? Acabando con la corrupción; ¿cómo atender el problema de la violencia? Acabando con la corrupción. Para todo: “Acabando con la corrupción”.

En contraparte, para Ricardo Anaya la prioridad es devolver la paz y la seguridad a las familias mexicanas, porque sin paz no hay progreso, no hay empleos seguros y dignos, no hay inversión, no hay oportunidad para los jóvenes, no hay tranquilidad para las mujeres y las familias. No hay felicidad.

Anaya plantea un cambio de régimen; conformar un gobierno de coalición donde la participación ciudadana sea la base de la toma de decisiones; combatir la corrupción y la impunidad a través de fiscalías independientes propuestas por la sociedad civil y no por el Presidente; desarrollo económico incluyente y sostenible; y recuperar el liderazgo de México en el contexto mundial.

Asimismo, para reducir la desigualdad, reestructurar todos los programas sociales y establecer el ingreso básico universal para quienes lo requieran y con pleno respeto a la dignidad de las personas, se mejore su ingreso familiar y se reestructure la economía.

Para recuperar el lugar de México en el mundo: fortalecer nuestra soberanía e intensificar nuestras relaciones con otros países, en un ambiente de cooperación, dignidad y firmeza.

No se trata de escoger entre el malo y el menos malo, sino entre el bueno y el peor. El voto útil no puede verse como vergonzoso o vergonzante. Vergonzante pedirlo o vergonzoso otorgarlo, es una actitud responsable en tiempo de definiciones.

Vicecoordinador de los diputados del
Partido de la Revolución Democrática

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