El caos en el que está terminando el gobierno de Peña Nieto es resultado de múltiples factores, dentro de los que destaca como principal el fracaso de las políticas neoliberales implementadas desde principios de los años 80.

El hilo conductor ha sido la privatización de lo público, así como el ceder los resortes fundamentales del poder a los grandes dueños de la riqueza nacional, para hacerlos más ricos, en detrimento de la mayoría de la población, lo cual propició el surgimiento y fortalecimiento de los llamados “poderes fácticos”, que fueron imponiendo sus reglas en los medios masivos de difusión, la educación y hasta en el cobro de impuestos y el monopolio de las armas por parte del crimen organizado.

A ello han contribuido la corrupción y los fraudes contra la nación. La crítica de muchos potentados se centra en la corrupción oficial, que ha llegado a niveles insultantes. Pero se “les olvidan” los fraudes y saqueos que significaron el salvamento de carreteras privatizadas, así como el Fobaproa para salvar al sistema bancario nacional en manos privadas y que seguimos pagando todos los mexicanos.

Ello evidencia el fracaso de este modelo “de desarrollo”, que urge cambiar.

Una de las pocas cosas sensatas que ha dicho públicamente López Obrador últimamente es que “fracasó el neoliberalismo”. ¿Pero qué oponerle al neoliberalismo para propiciar un verdadero cambio? Veamos algunos ejemplos para juzgar si se está ofreciendo un nuevo modelo.

1. Los neoliberales proclaman una reforma tributaria, con más contribuyentes y reducción de impuestos. AMLO, en lugar de plantear que paguen más los que más ganan (política mundial de las izquierdas), para tener mayores recursos que distribuir, plantea no subir, sino bajar impuestos en las fronteras.

2. Disciplina fiscal, dice el neoliberalismo. Disciplina y responsabilidad fiscal, plantea AMLO.

3. Tasas de interés positivas, tipo de cambio competitivo y liberalización comercial, incluidos los precios a combustibles, dice la doctrina neoliberal. Lo mismo dice AMLO, echándose para atrás en reducir el impuesto brutal sobre las gasolinas y su baja de precios, que fue una de sus principales promesas de campaña.

4. Privatización de empresas estatales, dicen aquellos. No habrá reversa en la reforma energética, dice AMLO.

5. Reducción del peso del aparato estatal mediante el despido de trabajadores y revisión del sistema de pensiones, reduciendo beneficios para los trabajadores, dicen aquellos. AMLO plantea despedir a centenares de miles de trabajadores públicos, reducir sus salarios y aumentar la edad de jubilación para reducir el costo de las pensiones.

El proclamador de “la cuarta transformación” no plantea fiscalías autónomas para combatir la corrupción, sino “un fiscal carnal”, como Peña Nieto.

Nada como alternativa al neoliberalismo que AMLO dice condenar.

Sus “golpes” son más publicitarios, para endulzar los oídos de sus seguidores, desmitificando el uso excesivo del poder, pero creando un falso mito de “austeridad republicana”: vivir en Palacio Nacional; reducir en un 40% su salario; hacer menos costosas las cámaras de diputados y senadores (aunque las debilite como contrapesos políticos). Esto es apenas una pequeñísima porción del presupuesto nacional.

El de AMLO será un gobierno neoliberal en lo económico y regresivo en lo político, aunque se vista como “populismo de izquierda”.

“La cuarta transformación” verdadera sería la separación del poder político del económico, acotando sus excesivos privilegios, como Juárez lo hizo al separar Iglesia y Estado. Sería democratizar el poder político y no concentrarlo en el Presidente, sin facultades metaconstitucionales al mismo, como pretende AMLO.

Y, por supuesto, impulsar y defender la ampliación de los derechos humanos, de las mujeres en toda su amplitud, de los matrimonios igualitarios, incremento inmediato de los salarios y atención al campo y a la inversión física.

Ex diputado federal

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