El triunfo de López Obrador para la Presidencia de la República no es un triunfo de la izquierda. Aun cuando ganó con una votación contundente e indiscutible, con un discurso que cautivó a la mayoría social, ávida de cobrar facturas por tantos agravios acumulados de parte de los siempre beneficiarios del desarrollo del país, eso no significa que en la persona de AMLO haya arribado la izquierda al poder nacional.

Porque ser de izquierda es ser respetuoso de las ideas de los demás e incluso, propiciar la diversidad de las mismas, no considerar a quienes piensan diferente como si fueran parte de un “pueblo malo”. Ser de izquierda es ser consecuentemente democrático, no autoritario y no concentrador del poder en una sola persona.

Ser de izquierda es trabajar, por los desprotegidos y vulnerables, por los pobres y más necesitados y no engañarlos yendo de la mano de quienes los han sumido en esa situación. Ser de izquierda es castigar a corruptos y criminales, no perdonarlos ni amnistiarlos. Ser de izquierda es escuchar a la sociedad y tomar en cuenta sus propuestas, no descalificarlas.

Todo lo anterior no es lo que caracteriza a López Obrador, quien dividió al PRD, diseñó y construyó a Morena a su imagen y semejanza y desplegó un discurso de odio social (los buenos que eran ellos, y los malos todos los demás), y ofreció la concentración del poder en una sola persona, con lo cual logró convencer a la mayoría del electorado para que votaran por él y por sus candidatos en casi todo el país, aunque fueran corruptos, narcotraficantes o simplemente meros desconocidos que ni campaña hicieron, pero ganaron senadurías, distritos y municipios como resultado de este tsunami de venganza social y política.

Serán estos personajes quienes acatarán en las cámaras de Diputados y Senadores las órdenes del Presidente de la República.

“Y cuando desperté, el dinosaurio todavía estaba ahí”, decía el cuento más corto que conozco de Augusto Monterroso. Y eso fue lo que pasó el 1º de julio: el triunfo de AMLO es el regreso del viejo dinosaurio priísta, autoritario, con antiguos y nuevos personajes vestidos con el mismo ropaje, cuestionando derechos alcanzados; ofreciendo concordia y reconciliación, al mismo tiempo que sus seguidores en redes sociales despliegan la agresión hacia sus adversarios y se niegan a reconocer sus derrotas.

Sostengo que no va a poder cumplir la mayoría de sus promesas.

Como resultado de este inédito escenario, el PRD logró un porcentaje electoral del 5 al 6% del total. Desde ahí está obligado a efectuar una profunda autocrítica para redimensionarse y continuar enarbolando las banderas de una izquierda democrática, moderna, progresista, defensora de derechos sociales y humanos, de libertades individuales y políticas (como ningún otro partido político mexicano), así como en la defensa de los derechos de las minorías y del Estado Laico, y continuar pugnando por un desarrollo sustentable que preserve radicalmente el medio ambiente.

No vamos a ceder en el resguardo del derecho a la libre expresión y de pensamiento, ni permitiremos la intolerancia a la crítica por parte de quien llevará los destinos de la nación. No debemos consentir retrocesos en libertades y derechos ya obtenidos.

El PRD debe refundarse. Ir al encuentro de sectores de la intelectualidad, de la academia, del arte y la cultura, de las ONG, de los movimientos sindicales que exigen democracia, de productores agrícolas, de los empresarios comprometidos con el país.

Acompañaremos al próximo gobierno de AMLO en lo que beneficie a México y lo combatiremos en lo que perjudique a la gente. No más, pero tampoco menos.

Sin titubeos expreso: No nos equivocamos en ir con el PAN y MC a la coalición. Fue AMLO quien no quiso construir con nosotros una amplia alianza para sacar adelante a México, y decidimos transitar con un programa y banderas progresistas, de avanzada, de centro-izquierda. Ellas serán la guía de nuestra actuación.

Coordinador de los diputados del PRD

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