“Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen arbitrariamente, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo circunstancias directamente heredadas del pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse justo a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio, los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para —con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado— representar la nueva escena de la historia universal”.

Estas reflexiones de Carlos Marx, plasmadas en su genial ensayo: El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, en 1852, vienen a cuento en estos días en que una parte importante de la sociedad los aprovecha para venerar a sus muertos y reflexionar sobre la existencia propia, el futuro de sus familias y hasta el futuro del país.

Parafraseando a Marx, diría que el cambio que hoy requiere México “no puede sacar su poesía del pasado, sino sólo del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado. Las anteriores revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la historia universal para aturdirse acerca de su propio contenido. La Revolución del Siglo XIX (hoy diríamos, del Siglo XXI) debe dejar que los muertos entierren a sus muertos para cobrar conciencia de su propio contenido”.

Y hoy, situados en un parteaguas histórico, las tradiciones parecen oprimir los cerebros de algunos personajes como una pesadilla y no como un venero para aprender de ellas y construir su propio punto de partida, su contenido propio en la nueva situación.

Sería un error querer construir el nuevo México con las reglas del México de Juárez, de Villa, Zapata o Lázaro Cárdenas. Estamos obligados a pensar el nuevo México con nuevos ojos y nuevos pensamientos.

Por ello, los viejos parámetros para medir quién es “de izquierda” o “de derecha” quedaron anclados en el dogmatismo que paraliza la acción política y justifica la indefinición. Es tiempo de hacer a un lado máscaras y “dejar que los muertos entierren a sus muertos”.

Quienes desde la izquierda hemos luchado toda la vida por cambiar para bien el país, hemos estado siempre abiertos a los cambios. Algunos venimos desde las guerrillas de los años 70 del siglo pasado, pasando por la unidad de todas las izquierdas en el Partido Mexicano Socialista en 1987, hasta llegar a la unidad con los “nacionalistas revolucionarios” del viejo PRI (liderados por Cuauhtémoc Cárdenas) para conformar al PRD al que luego arribaría el ex priísta López Obrador.

Hoy, ante la catástrofe del gobierno priísta de Peña Nieto y ante la insoslayable y necesaria solución de la crisis de fin de régimen, la construcción del nuevo momento transformador con mirada de futuro está en la formación del Frente Ciudadano por México, que debe tener una candidatura presidencial legitimada por una amplia participación ciudadana, y en su base un programa de gobierno que exprese el urgente cambio de régimen que encabece el vuelco económico y social requerido por la mayoría nacional.

El nuevo momento de México no debe repetir lo que Marx decía al inicio del citado ensayo, parafraseando al clásico filósofo, Hegel: “Todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó agregar: Una vez como tragedia y otra vez como farsa”.

Ni tragedia ni farsa. Un México moderno que sea una “Patria para Todos”.

Vicecoordinador de los diputados
federales del PRD

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