Esperé unos 40 días para alejarme un poco del unanimismo levantado por el Día Mundial de la Mujer, en el cual volví a preguntarme hasta cuándo las Iglesias católica y ortodoxas tardarían en ordenar mujeres al sacerdocio. Hace más de un cuarto de siglo que escuché a un eminente colega francés decir que no se puede prever cuáles consecuencias tendrá la discordancia entre la constitución de esas Iglesias y las leyes de la democracia; las leyes, pero más aún el espíritu, la sensibilidad del tiempo. Proseguía diciendo que podemos imaginar que la negación a admitir a las mujeres al sacerdocio provocará, algún día, una demanda en justicia por discriminación sexual —hoy diría “de género”— en el empleo. En aquel entonces me acordé que la Compañía de Jesús había sido prohibida por el Parlamento de París, en 1762, y luego en todo el imperio español, porque sus constituciones eran incompatibles con las leyes del Reino de Francia y de la monarquía española.

Hace un cuarto de siglo, empecé a juntar una bibliografía que no ha dejado de crecer sobre dos temas que me parecen ligados: el celibato sacerdotal y la masculinidad del sacerdocio en esas antiguas Iglesias. Los protestantes optaron, desde un principio, por el matrimonio de sus pastores y, recientemente, aceptaron a las mujeres como pastores y obispos. El historiador, que tiene su corazoncito, encontrará argumentos históricos a favor o en contra de la ordenación de mujeres; el psicólogo explicará la resistencia, la oposición categórica como manifestación del miedo profundo que el hombre, supuesto sexo fuerte, resiente frente a la mujer: el fantasma de la castración, la mujer dotada de poderes mágicos, la bruja, la tentadora agente de Satanás, como “Susana la perversa” de Buñuel. Todo eso disimulado por hermosos discursos racionales.

En 1976, cuando los anglicanos aprobaron la ordenación de mujeres, el Papa Pablo VI no tardó en publicar Inter Insigniores para manifestar la oposición de la Iglesia católica; en 1994, Juan Pablo II, en Ordinatio Sacerdotalis confirmó que el sacerdocio está reservado a los hombres y lo repitió, en 2002, cuando unos obispos estadounidenses discutieron la posible ordenación de mujeres. Roma lo volvió a decir cuando, en 2006, la Iglesia anglicana de EU (episcopaliana) eligió a una mujer para dirigirla: la obispa de Nevada, Katherine J. Schori, por cierto, inicialmente católica, oceanógrafa, casada, madre de familia. Desde el concilio de Laodicea, en el año 352, la función sacerdotal está prohibida para las mujeres en las Iglesias católica y ortodoxas, punto. ¿Punto final? No lo creo.

Un poco de erudición para divertirnos: siglo y medio después de aquel concilio, el Papa Gelasio I escribe: “Sin embargo hemos escuchado con impaciencia que los asuntos divinos han caído tan bajo que las mujeres son invitadas al ministerio en los altares sagrados y a exhibir en materias reputadas relevar únicamente a los varones y que no competen a las mujeres.” Algún día… Bueno, ya pasó en 2002, puesto que el Papa excomulgó entonces a siete mujeres ordenadas en Austria; en julio 2005, Victoria Rue, profesora de religión en la universidad San José (California) fue ordenada y hay varios casos semejantes en Alemania, África del Sur y otros países. En Inglaterra existe un movimiento católico por la ordenación de mujeres (Catholic Women’s Ordination, CWO). Por eso, en mayo de 2008, Roma recordó que “tanto quien confiere el Orden Sagrado a una mujer como la mujer ordenada incurren en la excomunión” de manera automática. La disposición es válida también para las Iglesias de rito oriental unidas a Roma, precisa el documento emitido por la Congregación para la Doctrina de la fe. El sacerdote estadounidense Roy Bourgeois no se asustó, puesto que en noviembre del mismo año participó a la ordenación de Janice Sevre-Duszynska, en Lexington, Kentucky.

Los hombres tardaron muchísimo en conceder a las mujeres la igualdad política. Mi madre pudo votar por primera vez, después de la segunda guerra mundial, cuando De Gaulle reconoció a las mujeres ese derecho; mi suegra tuvo que esperar que el presidente Ruiz Cortines hiciera lo mismo en México. Tarde o temprano, los hombres tendrán que renunciar a su monopolio sacerdotal.

Investigador del CIDE

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