Existen dos grandes teatros nucleares en el mundo, según el politólogo Bruno Tertrais, autor de La Revancha de la Historia: Europa, debido a las provocaciones de Moscú, y Asia con el ascenso de Corea del Norte al estatuto de potencia nuclear, y la posibilidad de que Japón y Corea del Sur sigan su ejemplo. ¿Cuál ejemplo? Al sentirse amenazado, el régimen de Pyongyang, para no sufrir el destino fatal de los regímenes de Irak y Libia, se dotó del arma nuclear. Ahora que Seúl y Tokio se sienten amenazados por Pyongyang y desconfían de la protección del “genio estable” de la Casa Blanca, se puede entender su tentación.

Eso nos remite a los lejanos años 1950-1970, cuando la guerra fría estaba en su apogeo y la amenaza de un holocausto nuclear muy presente. Ejércitos de estrategas se la pasaban analizando, discutiendo, diseñando guiones preventivos y también escenarios para después del desastre, a la hora del invierno nuclear. La novela de Cormack McCarthy (y la película) El Camino, con Vigo Mortensen, se deben a la memoria de un autor que, como mi generación, vivió esa angustia. Recuerdo, cómo, una mañana de invierno, cuando tenía apenas cinco años, el muchacho de ocho que me acompañaba a la escuela, me enseñó el sol rojo y me dijo: “cuando lancen la bomba atómica, el sol se volverá rojo, rojo, empezará a girar y será el fin del mundo”.

Raymond Aron, el gran pensador del siglo XX, le dedicó muchas páginas a El universo de la estrategia nuclear, demostrando la actualidad del pensamiento de Clausewitz. En mis años de estudiante, cuando los pacifistas alemanes decían “primero rojos que muertos”, dos tipos de estrategia obsesionaban a los politólogos y economistas, la estrategia nuclear, para evitar el desastre, la estrategia del desarrollo para evitar lucha de clases y guerras entre naciones. Dos obsesiones bien olvidadas y que deberíamos recuperar.

Escribe Raymond Aron: “Desde que dos bombas atómicas, todavía primitivas, asolaron Hiroshima y Nagasaki, se han escrito sobre el tema nuclear millones de libros y artículos, y la estrategia nuclear se convirtió en una disciplina especial, en el interior de una disciplina promovida a la dignidad científica, el estudio de las relaciones internacionales”. Hay que volver a leer algo de esa literatura, a sabiendas de que maneja un presupuesto demasiado racional: a saber, que los dirigentes políticos y militares, los actores sociales en general, actúan según cálculos racionales, después de mucha reflexión y con conocimiento suficiente de todos los elementos. “El homo estrategicus es la marioneta creada y manipulada por el sabio para ayudarlo a comprender a los principios reales” (Aron).

En aquel entonces, el universo de la estrategia nuclear se limitaba a la definición de un juego con dos jugadores, las dos grandes potencias nucleares: Inglaterra y Francia no amenazaban a nadie y China aún no entraba al club nuclear. La URSS y EU compartían una hostilidad recíproca y una voluntad de evitar lo peor, como se pudo ver en la memorable crisis de los cohetes, a propósito de Cuba, con la consecuente instalación de los teléfonos rojos en el Kremlin y en la Casa Blanca. ¿Y ahora? No sé cómo actualizaron sus modelos los estrategas: primer golpe, segundo golpe, contra instalaciones, contra fuerza militar (Kim mencionó la base militar de EU de Guam), contra ciudades (Kim mencionó urbes en California), contra recursos, disuasión mínima etc.

El problema de fondo es la racionalidad atribuida, en principio, por los estrategas a los dirigentes. ¿Hasta donde llega la racionalidad del presidente Donald Trump, y la de su “alter ego” de Corea del Norte? ¡Quién sabe! Nuestra ignorancia, nuestra sospecha es para dar calosfrío en la espalda. Con Corea del Norte la única estrategia posible es la disuasión, no a base de amenaza —ya vimos adonde lleva la pelea verbal entre los dos gallos—, sino de una estrategia política para resolver el problema de fondo de la existencia de dos Coreas desde el armisticio de 1953. Eso pasa por un consenso entre China, EU y Rusia, quizá con la ayuda de Francia, país garante del armisticio, con un presidente internacionalmente muy activo.

Investigador del CIDE.
Jean.meyer@ cide.edu

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