Amok

Esa palabra se me grabó de chico, cuando leía cuentos de Rudyard Kipling en las Indias, y novelas de Reginald Campbell tenían como héroes a tigres y elefantes. Al grito de ¡amok! todos huían, buscaban un escondite, trepaban a los árboles para escapar del elefante preso de un exceso de locura mortífera. Años después leí el relato de Stefan Zweig Amok o El loco de Malasia. La palabra, teorizada por los etnólogos, ha pasado a significar un comportamiento insensato, destructor, homicidio, fuera de control. Designa lo mismo la crisis de rabia incontrolable, como la persona que se deja llevar por esa pulsión brutal.

¿Amok, Donald Trump? Ya cité a Aki Kaurismäki: “Nunca hubo tantos sociópatas en el poder”. El estadounidense ha corrido a todos sus ministros y consejeros que lo frenaban; queda uno solo y no sabemos hasta cuando, de modo que se vale hablar, con David Frum, de Trumpocracia. Ya sin frenos, el elefante amok entró en la cristalería y se lanzó contra sus amigos. Zarandea al orden internacional, insulta a los dirigentes europeos, canadienses, mexicanos, mientras califica al presidente de Corea del Norte, al mismo que amenazaba hace unas semanas con el fuego nuclear, de “amigo muy honorable que quiere mucho a su pueblo”.

Me dirán ustedes que si su aprecio por Kim es muy reciente, desde un principio la emprendió contra los aliados occidentales, mientras apapachaba a Vladimir Putin. Cierto. Empezó en seguida a renegar del Acuerdo de París sobre el cambio climático, atacar a México y denunciar el acuerdo de Obama a favor de los Dreamers. Contra el aviso de su partido y de su asesor militar, dinamitó de manera unilateral el acuerdo nuclear con Irán y agravó la situación en el Medio Oriente al transferir su embajada a Jerusalén. No es necesario mencionar ni el Muro trumpiano, ni el TLC: “La Unión Europea nos trata injustamente, Canadá muy injustamente, México muy, muy injustamente. Tenemos los peores tratados comerciales jamás realizados”. Por lo tanto, en tranquila o furibunda decisión, unilateral como siempre, declara la guerra comercial al mundo, levanta barreras aduanales en nombre de la seguridad nacional y de America First.

Su nuevo embajador en Berlín, la voz del Amo(k), apoya abiertamente todas las extremas derechas europeas, las que están en el poder, las que siguen en la oposición. Vladimir Putin ya no tiene que hacerlo, este señor cumple de manera admirable algo que ni soñaba. ¿Quién puede sorprenderse si, en la reunión del G7, hace unos días, Italia, ahora gobernada por la Liga lombarda ultraderechista, apoyó a Trump en su deseo de reintegrar a Rusia al G7?, una Rusia expulsada en 2014 por su anexión de Crimea. Ese embajador declaró: “Quiero empoderar a los conservadores de toda Europa” y tuiteó: “Me reafirmo en mis declaraciones de que asistimos a un despertar de la mayoría silenciosa, la de los que rechazan las élites y su burbuja. La que lidera Trump”. Todo está dicho.

Y confirmado en la reunión canadiense del G7. Ahí sí, Donald Trump sobrepasó todas sus hazañas anteriores. Desde un principio, se lanzó contra el presidente huésped al espetarle que los canadienses habían quemado la Casa Blanca en 1812-1813. Sorprendente cita histórica por parte de alguien que de historia no sabe nada; seguramente pidió parque a sus asesores. Fue el ejército de su majestad británica que incendió Washington en el marco de la guerra de 1812 entre Inglaterra y Estados Unidos, y había más mercenarios suizos (que venían de España) que sujetos canadienses del rey inglés. Luego se quejó de que “somos el puerquito, la alcancía en la cual todos roban” y amenazó con dejar de comerciar con los miembros del G7 si no se doblegaban. Se fue antes de que terminara la sesión, y, furioso, tuiteó que no firmaba el documento final, insultó al presidente Trudeau.

“En cuestión de segundos puedes destruir la confianza con 280 caracteres de Twitter”, dijo el canciller alemán. Emmanuel Macron comentó: “La cooperación internacional no puede depender de rabietas y fracesitas”.

Investigador del CIDE.
jean.meyer@ cide.edu