Comenzó diciéndole a Carlos Loret, en su noticiero matutino, que vagamente conocía a Manuel Barreiro. Luego apareció en redes sociales un video en el que Ricardo Anaya departe feliz en la boda de aquél. Afirmó que había vendido su nave industrial en 54 millones de pesos a una empresa propiedad de un prestigiado arquitecto queretano: Juan Carlos Reyes, y que daba por cerrado el asunto. Pero, la semana pasada, declaró ante el ministerio público y un juez federal Luis Alberto López López, chofer del señor Barreiro, confesando lo que ya habíamos adelantado en estas mismas páginas: él fungió como prestanombres de la empresa fantasma (Manhattan Master Plan Development) para la entrega de esa monumental cantidad de dinero a favor de Ricardo Anaya. Lo hizo a ciegas, por obediencia. Y por si alguna duda quedaba, entregó López López al Estado mexicano la dichosa nave industrial como acuerdo reparatorio dentro del nuevo Sistema Penal Acusatorio. No ha habido una sola palabra al respecto del aludido arquitecto Reyes y Barreiro sigue ilocalizable.

No contento con estar metido hasta el cuello en este complejo esquema de lavado de dinero, como persona políticamente expuesta, el muy cobarde de Anaya utilizó a su propia familia política (esposa, cuñada y suegro) como escudo humano para no aparecer él ni como accionista ni como representante legal de la empresa vendedora de la nave industrial (Juni Serra).

Peor aun, la ruindad y miseria humana llevaron a Ricardo Anaya y Manuel Barreiro a arriesgar la libertad de un modesto chofer que, por estado de necesidad y desconocimiento de la materia, estampó su firma en escrituras públicas que, en realidad, esconden una burda simulación de actos jurídicos.

Recordemos que todo esto inicia en 2008 con la venta de terrenos que eran propiedad del estado de Querétaro a favor de Manuel Barreiro y por debajo de su valor comercial. En aquel tiempo, Anaya era el poderoso secretario particular del gobernador Garrido Patrón, teniendo al cuñado de Barreiro como cercano colaborador. Generosamente, en evidente pago de favores, le vende Barreiro a Anaya el lote 82 en 11 millones de pesos para, más tarde, recomprárselo —junto con la nave industrial— en 54 millones.

Parte de la estrategia para enterrar este incómodo asunto, es mandar a impresentables voceros en defensa de Anaya, que no tienen idea del tema pero buscan desviar la atención hacia otros tópicos de campaña. Es el caso de Dante Delgado, aliado del candidato del “frente inmobiliario”, más por conveniencia que por convicción. Recordemos que Dante fue a dar a la cárcel en 1996 por enriquecimiento ilícito. Tal para cual.

Si Anaya fue capaz de acabar con el Partido Acción Nacional en su enfermiza búsqueda de la candidatura presidencial; si con total desfachatez pone a su propia familia como escudo humano y arriesga la libertad del chofer de Barreiro al utilizarlo como prestanombres en millonaria transacción; y si miente sin pudor ni escrúpulo alguno para ser beneficiario de un esquema de lavado de dinero, imaginen de lo que sería capaz de hacer siendo Presidente de la República.

Lo dicho: la de Ricardo Anaya es una historia de traición, mentiras, poder y dinero.

Senador

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