Ya estamos inmersos en el 2018. Los priístas ocupados y preocupados por saber y confirmar si Meade será el candidato. El Frente entre la gloria y el infierno no puede definir el modo de elección. Morena es el único que cuenta desde que nació con candidato seguro. Sin embargo, nadie parece considerar cómo y, mucho menos, quiénes deben integrar el gabinete presidencial.

Los colaboradores de un presidente son tan importantes como el Ejecutivo mismo, son sus brazos y finalmente el éxito o fracaso, prestigio o desprestigio dependen en gran medida del cuerpo de servidores que seleccione.

Soñamos con una transición pactada, sin violencia que reformara al gobierno y éste actuara con más democracia, seguridad y justicia.

Tuvimos alternancia, cambio de protagonistas en la tarea de gobernar, pero el sistema y los métodos no variaron. Para ser justo se avanzó en la transparencia parcialmente. Pero todo aquello que los políticos perciben que los puede dañar, lo reservan.

Desde 2000, año de la alternancia, se repitieron las conductas que se pretendía erradicar. El país obtuvo grandes ingresos por el petróleo, más de cien dólares por barril, y se malgastaron. Los políticos se aumentaron los sueldos y la burocracia creció exponencialmente. Además, se crearon consejos y comisiones “ciudadanas” cuya utilidad es discutible. Lo único real fue el crecimiento del poder de los gobernadores y de los partidos políticos y así empezaron a distribuirse puestos y cargos en comisiones. Ahora la justicia está sujeta a los intereses partidistas, las fiscalías de la nación, de procesos electorales y anticorrupción, parecieran no importarles, pero en realidad están dentro del juego político, se han vuelto moneda de cambio. En doce años la alternancia nos demostró que sin transición se vuelven gatopardianos los cambios.

El actual gobierno se inició con una gran esperanza, la unidad de los partidos en pos del cambio, nació el pacto por México, sin embargo, acabó en 2015 el esfuerzo, al entrar a las elecciones intermedias.

2018 vuelve a despertar la esperanza de cambios y eliminación de vicios, desviaciones y rezagos de los últimos gobiernos, como cada seis años.

¿Cumplirá el electo? No lo sabemos. ¿Quién ganará? Tampoco. Por ello es preciso que quién sea electo, presente su compromiso de programa de gobierno y el gabinete que lo acompañará. Que existan debates reales.

Ello permitirá a los electores emitir un voto razonado que descanse en la opinión sobre el prestigio de los colaboradores y la realidad y posibilidad de ejecución de sus programas.

¿Estarán conscientes los políticos del gran desprestigio que sufren frente a los jóvenes y que un alto porcentaje de la ciudadanía está decepcionada independientemente del partido y color que representen? Sabrán que enjuiciarán a prácticamente todos los políticos, en quienes, por cierto, la confianza está cerca de cero.

Los candidatos que quieran recuperar la credibilidad perdida tienen que reclutar a sus colaboradores con probada capacidad y honestidad en la sociedad, academia, iniciativa privada o incluso políticos, y abrir espacios a nuevas personas. Nadie quiere más de lo mismo, que es lo que nos ofrecen los partidos. Como el dicho político del dominó, por más que se hace la sopa salen las mismas mulas.

Los independientes son también una expresión del hartazgo hacia los gobernantes, pero casi todos son ex militantes de partidos.

La ineptitud, corrupción e indiferencia de la clase política y la pobreza demandan soluciones diferentes. ¿Se atreverán los candidatos?

Notario público, ex procurador general de la República

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