Elimine Facebook, urgen numerosos líderes del sector tecnológico. “Facebook  es un aparato de vigilancia más poderoso que cualquiera imaginado por Orwell”, declara el conservador Niall Ferguson.

Es legítimo reaccionar contra las violaciones o abusos percibidos por parte de Facebook tomando la decisión personal de borrar su cuenta de esa red social. A raíz de la actual crisis de privacidad de Facebook, también es entendible. Pero esas acciones y sentimientos forman parte de una crisis moral más extendida, cuyo sesgo contra las empresas de tecnología puede terminar reduciendo la libertad de expresión alrededor del mundo.

Se acusa a Facebook de permitir el uso de datos personales de 50 millones de usuarios estadounidenses, sin su permiso ni conocimiento, para fines de una empresa consultora. La consultora, a su vez, utilizó la información en la campaña política del presidente Trump.

¿Violó Facebook el contrato con sus usuarios de proteger su información personal? Probablemente sí, a pesar de que los datos se originaron a partir de su otorgamiento voluntario por parte de 270 mil personas, a través de los cuales se accedió a la información de los demás sin su consentimiento.

O sea, Facebook primero vulneró lo que su clientela esperaba respecto a su privacidad y, segundo, sirvió para promover a un político al que muchos de ellos se oponían. Para colmo, una vez que la empresa descubrió lo sucedido, se negó a informar a sus usuarios. La prensa destapó el escándalo.

Ojalá este problema se resuelva en las cortes. Pero la crisis ya ha generado todo tipo de llamados a regular las plataformas como Facebook. Además, la empresa es internacional, por lo que las regulaciones en ciertos países podrían afectar el mercado global.

Parte de la preocupación sobre Facebook en este caso es exagerada. Según Brendan Nyhan, de la Universidad de Dartmouth, hay poca evidencia de que la persuasión política cambie los resultados de las elecciones generales o que haya tenido tal impacto en la elección de Trump. Pero sí puede impactar de manera negativa al reducir la confianza de la gente en las instituciones democráticas y en la prensa libre, por ejemplo.

El mercado ya está haciendo pagar a la empresa. Su valor ha caído en 100 mil millones de dólares desde la semana pasada. Y ya Facebook está implementando cambios, como por ejemplo, notificar a los usuarios cuyos datos se vulneraron. Para Facebook no es fácil crear políticas que satisfagan tanto a usuarios como a reguladores por igual. Todos tenemos preferencias distintas respecto al grado de privacidad que esperamos, y en el actual y tenso ambiente, Facebook responderá a los reguladores y a los usuarios más bulliciosos.

En la práctica, el resultado podría ser la sobrerregulación, tanto por el lado estatal como por el lado de la empresa misma. Esto tendría altos costos. Por ser más complicado obtener información, sería menos conveniente usar Facebook y dificultaría la investigación académica legítima, por ejemplo. Les resultaría más difícil a quienes quisieran intercambiar cierta información de manera voluntaria a través de la red. Lo que antes se consideró libertad de expresión se restringiría.

Los países avanzados ya están restringiendo la libertad de expresión. Alemania, por ejemplo, prohíbe el discurso de odio en línea, cosa que aplica a Facebook, pero que se considera libertad de expresión en Estados Unidos. No es descabellado pensar que, ante las amenazas de los reguladores en EU y ciertos usuarios activistas, Facebook empiece a practicar de manera “voluntaria” una censura más extensa respecto al contenido en su red. Dado el carácter privado de Facebook, no sería legalmente una violación de la primera enmienda que protege la libertad de expresión. Pero sí la violaría en la práctica y probablemente a escala internacional.


Director del Centro para la Libertad
y Prosperidad Global del Cato Institute

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