El pasado miércoles 14 de marzo anuncié en las redes sociales que a partir de ese día me sumaría a la campaña presidencial de Andrés Manuel López Obrador en calidad de asesor económico externo. Creo que para nadie era un secreto mi simpatía hacia el proyecto de AMLO, pero sí consideré un mínimo acto de congruencia y transparencia hacerle saber a todos los que me leerían o escucharían a partir de entonces cuál iba a ser mi papel en el proceso electoral y desde qué lugar estaría escribiendo y opinando.

A partir de dicho anuncio recibí múltiples felicitaciones y palabras de aliento, así como muchos comentarios críticos y cuestionamientos de todo tipo sobre esta decisión. La mayor parte de estos últimos aludían al porqué arriesgar una trayectoria académica que muchos consideran respetable en un proyecto político como el de AMLO. Para otros les resulta inconcebible cómo es posible que alguien con mi formación académica pudiera apoyar un proyecto que ellos consideran erróneo, sin fundamentos y que muchos de ellos creen genuinamente que nos va a llevar directo al desastre económico. Es a esas personas a quienes va dirigido fundamentalmente este artículo.

Una primera aclaración que debo hacer es que ya había sido asesor económico de AMLO en la campaña de 2006. En aquel año, a mí me tocó presentar el proyecto económico de López Obrador (junto con Rogelio Ramírez de la O) frente a inversionistas y empresarios mexicanos y extranjeros. Lo interesante, sin embargo, es cómo llegué a ser asesor en aquel entonces. Una mañana de 2004 recibí una llamada en mi oficina de El Colegio de México. Una persona me dijo: “el jefe de Gobierno quiere invitarlo a desayunar para platicar sobre un texto que usted escribió”. Por esas fechas yo había escrito un artículo titulado México: en pos del crecimiento (http://cee.colmex.mx/documentos/documentos-de-trabajo/2003/dt20038.pdf). El texto le había sido recomendado a AMLO por un conocido común (Arturo Herrera, quien posteriormente sería el secretario de Finanzas del Distrito Federal) y a él le había parecido suficientemente interesante como para invitarme a comentarlo.

A partir de entonces, Andrés Manuel me invitó a reunirme periódicamente con él y con otros asesores económicos para ir comentando, analizando y discutiendo lo que más tarde sería el Proyecto Alternativo de Nación 2006. En dichas reuniones tuve la oportunidad de conversar e intercambiar con AMLO puntos de vista que a menudo eran divergentes. También allí encontré a alguien con un claro entendimiento y un buen diagnóstico de los problemas del país, así como a una persona genuinamente preocupada por ofrecer una alternativa a la situación por la que estábamos atravesando. No siempre estuvimos de acuerdo, pero nuestro diálogo fue siempre respetuoso y cordial y, en general, los acuerdos prevalecían sobre las diferencias. Desde entonces, siempre le he reconocido a AMLO su apertura y disposición al diálogo y, por lo mismo, me sorprende cuando la gente se refiere a él como alguien que no escucha o que es testarudo. A mí, sin conocerme, Andrés Manuel me invitó precisamente a discutir y dialogar, algo que es muy poco común en nuestra clase política.

Como se puede inferir del título del texto antes mencionado, ya para el 2004 yo estaba muy preocupado por la falta de crecimiento económico de México. De entonces a la fecha, las preocupaciones sobre este tema no sólo persisten, sino que se han agudizado. Algo de lo que escribí en ese artículo sobre las reformas estructurales se ha materializado, incluyendo la versión fetichista de su potencial impacto en el crecimiento económico del país. A ello se ha sumado mi interés más reciente sobre los temas de pobreza y desigualdad, materias en las cuales tampoco ha habido buenos resultados, ya que las tasas de pobreza total y extrema en el 2016 son prácticamente idénticas a las de 1992 y la desigualdad se ha agravado significativamente, como lo he analizado en otro lugar (Oxfam, 2015).

Por estas razones es que consideré ineludible tomar una posición clara e inequívoca en este proceso electoral. La grave situación económica y social lo amerita. No era posible andarse con medias tintas ni me sentía a gusto al observar lo que estaba ocurriendo desde mi relativamente cómoda trinchera de académico. Decidí, al igual que otros economistas a los que respeto y admiro (como Carlos Urzúa, Graciela Márquez y, más recientemente, Jesús Seade), sumarme a un proyecto alternativo de nación. Estoy convencido de que se puede cambiar el rumbo que ha seguido el país en las últimas décadas y que es posible plantear una política económica alternativa que nos ayude a recuperar la senda del crecimiento económico alto y sostenido y que, al mismo tiempo, nos ayude a combatir el flagelo de la pobreza y la marginación que afecta a amplias capas de la población. No es posible continuar con el mismo modelo económico. Si seguimos haciendo lo mismo, obtendremos los mismos resultados. La hora del cambio ha llegado.

Economista. @esquivelgerardo

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