Es tremenda la ironía de la vida, o el “karma” como le llaman algunos más modernos (o más de moda) que yo:

Probablemente no haya dos personajes de la vida pública mexicana que más antipaticen, que más se aborrezcan, que el ex presidente Felipe Calderón Hinojosa y el perenne candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador. Es ocioso hacer el recuento, ya de todos conocido, de sus diferencias, sus mutuos agravios, la distancia ideológica que los separa.

Por ello me parece una delicia irónica observar cómo cada uno de ellos, a su manera, ha puesto en el centro del debate nacional un asunto que es, efectivamente, de pleno interés nacional: el del crimen organizado y el narcotráfico.

Calderón, es bien sabido, decidió enfrentar frontalmente a los cárteles del narco. Usó para ello no sólo a los organismos policiacos y de procuración de justicia federales, sino también a las Fuerzas Armadas. El razonamiento era, y fue, que estos grupos habían penetrado de tal manera el tejido social y dominado de tal forma la vida en amplias zonas del país que la única manera de recuperar la soberanía del Estado mexicano era así, con el uso de toda la capacidad legal y de fuerza del gobierno federal.

Los resultados y las consecuencias de dicha decisión merecen ser revisados y analizados fría y objetivamente, sin partidismos ni filias o fobias personales, y mucho menos con simplismos absurdos como pretender adjudicarle al gobierno las muertes provocadas por el narcotráfico. Igual de absurdo, con la agravante de lo oportunista, el intento de pintar un pasado color de rosa como lo intentan Vicente Fox y sus personeros. Los cárteles ya estaban en todas partes y las guerras por territorio no comenzaron con Calderón. El asunto es complejo, las causas añejas, tremendos los motivadores y aceleradores (léase el apetito del mercado de EU, las inmensas cantidades de dinero y el acceso casi irrestricto a armas), la dinámica social y política especialmente enredada.

Tan es complejo y multifactorial el problema que ni el cambio de gobierno ni el propuesto cambio de enfoque o de estrategia perduraron. El gobierno de Enrique Peña llegó a la conclusión de que si bien esta guerra no se puede ganar, tampoco se puede abandonar por capricho o decreto. Y por cada crítico de esas políticas hay muchas comunidades, muchos ciudadanos, que piden el apoyo del gobierno federal y de las Fuerzas Armadas ante un desafío que sólo crece por la dispersión y atomización de los cárteles y por el colapso de las antiguas “reglas del juego” que aseguraban tranquilidad a familiares de los capos y a la población civil. Hoy la brutalidad criminal no conoce limites ni códigos de conducta. Y las autoridades estatales y municipales están totalmente rebasadas o cooptadas.

¿Se puede concluir que la estrategia fue equivocada? ¿Que fracasó? Tal vez debamos preguntarnos más bien cuales son las alternativas. ¿La claudicación? Me parece ofensivo plantearla. ¿La legalización o despenalización? Esa es una opción que merece ser considerada, pero no es panacea. Ni siquiera los países que más han avanzado en la materia han legalizado absolutamente, y ninguno de ellos enfrenta al enemigo en casa, pero creo que es una vía a revisar.

¿Y la amnistía propuesta por López Obrador? Decía yo al inicio de este texto que paradójicamente se ha subido ahora al gran tema de su némesis, obviamente en el extremo opuesto. Al sugerir un perdón o amnistía se metió tal vez el mayor autogol de esta campaña electoral, pues la enorme mayoría de las reacciones (sin contar a las orquestadas en redes sociales) ha sido de rechazo e indignación.

Yo no me voy a subir al proverbial “tren del mame” del linchamiento, queridos lectores. Veo en el planteamiento de AMLO el gran mérito de entrarle al tema y de provocar, ojalá, un debate profundo y de alto nivel al respecto. Lo que sí puedo afirmar desde ahora es que los perdones, amnistías, ceses al fuego o treguas se deben ofrecer 1- discretamente y 2- cuando el adversario los pide o necesita.

Lamentablemente yo no veo al narco mexicano pidiendo paz, ni aire, mucho menos perdón.

Analista político y comunicador

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