Los titubeantes demócratas mexicanos crearon un sistema electoral que ha rendido excelentes frutos, pero fueron incapaces de amplificar su voluntad a los confines del sistema constitucional y político. Así como entre los años 80 y noventa la sociedad políticamente activa pugnó por la democratización y lo consiguió, fue incompetente para mantener la aspiración democrática en alto y hacer la correspondiente limpieza de la casa gubernamental. Se desentendió del mal funcionamiento del gobierno y de la pésima estructura del Estado y del régimen. Vinieron así la decepción y el enojo. Berrinche pues. El liderazgo político de los partidos se concentró en la esfera de su interés, cooptados por poderosas sumas de dinero público que se condicionaron al resultado de las elecciones, pero no al desempeño cotidiano de la política. La separación de representantes y representados fue fatídica. Latinoabarómetro registra puntualmente la prematura decadencia. En 2002 el 63% de la ciudadanía apoyaba la democracia, en 2017 sólo el 38%. Cayó en 25 puntos la simpatía y el apoyo a la democracia como la mejor forma de gobierno comparada con otras.

La libertad para elegir gobierno fue incrustada en el seno de un sistema constitucional autoritario. Elegir democráticamente a un espectro de opciones partidarias pluralistas y en equilibrio sin mayorías absolutas se volvió sinónimo de desgobierno. El pluralismo resultó en desconcierto y ausencia de coordinación política. Se atribuye la culpa a los políticos, pero el desarreglo se debió a muchos factores que hoy reaparecen bajo nuevas formas. La acción política siempre está enmarcada en sistemas de reglas de las que los actores son escalavos casi siempre ciegos. Las principales de entre esas normas las proporciona el sistema Constitucional que pauta conductas, permisiones, censuras e incentivos. La cultura política prevaleciente hace otro tanto al traslaparse con aquél para formar una unidad característica del Estado nacional. Constitución y cultura política han cambiado en algunos aspectos, pero no en otros. Ahí el Talón de Aquiles de nuestra democracia.

Si el impulso democrático cristalizó en la transformación de las reglas para llegar al poder, no avanzó lo suficiente para modificar la manera de ejercerlo una vez ocupado. Gobernar con pluralismo terminó siendo inviable. Las reglas que gobiernan el actuar de políticos (cuando gobiernan) y funcionarios, desde el presidente de la República hasta el último de los servidores públicos, siguen siendo similares a las del antiguo régimen: de ahí corrupción, impunidad, clientelismo, intercambio de votos por lealtades y otras plagas. Al imponerse el reparto plural del poder entre partidos se eliminó también la hegemonía de uno solo, con la consecuencia no buscada (y mal pensada) de la dispersión del control político: la disciplina inducida desde la cúspide desapareció, permitiendo que cada autoridad actuara con más autonomía pero sin mecanismos de nuevo tipo para contener el ejercicio de su poder dentro de una legalidad que obligase al cumplimiento de la responsabilidad y al castigo de formas de proceder ilícitas. Doce gobernadores bajo investigación, de casi la mitad de las entidades, son prueba empírica de la quimera que inventamos: un sistema electoral democrático engullido por un régimen autoritario, corrupto y corruptor.

El presidente electo el 1 de julio sostiene que la naturaleza del régimen mexicano es que sea presidencialista. La mayoría de Morena ofrece la herramienta que antes proporcionó el PRI cuando fue hegemónico. De ser usada; de no emprenderse desde esa mayoría la reforma del régimen autoritario, podrá restaurarse la disciplina perdida y el omnímodo poder desde el desde la Presidencia (aunque se descentralice). La democracia electoral y el eventual resurgimiento del pluralismo serán un estorbo, un enemigo a vencer. La ausencia de una nuevo régimen político democrático ha sido tapada con un montón de votos, pero la ausencia sigue. Claridoso el cuento de Augusto Monterroso “y cuando despertó, el dinosaurio aún estaba ahí”.

Académico de la UNAM. @pacovaldesu

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