Dedicado a la memoria de Jaime González Graf, quien trabajara tanto para legarnos un Instituto Federal Electoral y una democracia mexicana, y que, revolcado en su tumba, no descansará en paz.
--


Se aprobó la Ley de Seguridad Interior. Permite al Ejecutivo, unilateralmente, sin la venia del Congreso, vistiendo cualquier excusa de “amenaza a la seguridad interior”, declarar estado de excepción, por el tiempo que sea, y poner en las calles, en funciones policiales, a cuanto militar quiera. En el uso de estas funciones el Ejecutivo será impune, pues, reza el Artículo 10: “La materia de Seguridad Interior queda excluida de lo dispuesto en la Ley Federal de Procedimiento Administrativo.” Vivimos la militarización de México.

¿Eso es malo? No, dicen algunos. Una ciudadanía temerosa y violentada merece orden y seguridad; no hay alternativa. Pero, en nuestra historia reciente, cada aumento de inseguridad y violencia fue seguido de mayor fuerza oficial, y nuevas alturas de inseguridad y violencia. Esperar un resultado distinto, cuando hacemos siempre lo mismo, es, como dicen, definición de locura. No habrá seguridad. Mientras no se limpie la corrupción del Estado, y no se descriminalice la producción y distribución de drogas (van de la mano), el ciclo continuará.

¿Qué importa?, dicen otros. Los militares estaban ya en las calles. Pues sí. Y eso importa. Y ahora no se irán. La nueva ley borra toda limitación al uso de fuerzas armadas en funciones civiles.

Más preocupante es el probable resultado de corto plazo. Tiene ahora el Ejecutivo los medios legales, bajo excusa de poner orden, para un arrebato golpista. No se imaginará usted que, a punto de salir, el PRI haya creado este poder ¡para regalarlo! El PRI ya no se irá. No habremos de despedirlo. Despidamos, luego, en acto solemne, a la incipiente democracia mexicana.

Todo esto lo dirán otros. Pasemos a lo que nadie menciona: esto colma una intervención extranjera, estadounidense, que se inscribe dentro de una vieja tradición de impedir, socavar, o destruir la democracia en América Latina.

Es bien conocido el papel de EU en los golpes de Guatemala y Chile, y también que entrenara y armara fuerzas terroristas en El Salvador y Nicaragua. Menos conocido es el papel de la CIA, en las décadas 1970-80, coordinando el terrorismo de Estado de varias dictaduras latinoamericanas: Brasil, Bolivia, Paraguay, Uruguay, Argentina, y Chile. Lo llamaron Operación Cóndor (dele una buscadita). Estas políticas, de ambos grandes partidos, las defendieron como “bien intencionadas”, porque claro: “peleaban la Guerra Fría”. Pero puede uno combatir comunismo con democracia; a ésa la destruyeron y luego la impidieron.

Para la hipótesis de una intención antidemocrática del Tío Sam, sustentada en lo arriba resumido, el experimento clave fue la primera alternancia de partido en México, en 2000. ¿Por qué? Porque salió el PRI, dictadura de 71 años que se ufanaba de custodiar la Revolución, misma que, según muchos, tenía corte “bolchevique”; y entró el PAN, partido democristiano de las clases medias, de ideología (¿qué creen?) anticomunista. Si EU se oponía al comunismo y no a la democracia, debió apoyar este cambio; pero si odiaba la democracia, éste era el momento de atacar.

¿Qué pasó? Se orientaban apenas los panistas cuando los estadounidenses presentaron a firma un acuerdo secreto que permitiera a la DEA operar en México sin supervisión —para, dijeron, “combatir al narco”—. Fue un timo. , la DEA fortaleció al Cártel de Sinaloa—el más poderoso, que más había corrompido el Estado— contra sus rivales, desatando la ola de violencia que no ha terminado (250 mil mexicanos desaparecidos y muertos, y contando). Rápido y Furioso —operación que enviara miles de armas al Cártel de Sinaloa con la colusión de la DEA, el ICE, el ATF, el FBI, el IRS, Homeland Security, y el fiscal general de EU— fue la puntita del iceberg. Y esa política, que comenzó Bush Jr., la intensificó Obama. Tanta violencia nos hizo pedir “seguridad”, que se tradujo en mayores poderes para el Estado y más violencia, en ciclos de refuerzo. Y aquí estamos, con la Ley de Seguridad Interior y una nueva eternización del PRI. Felicidades Tío Sam: corregiste ya el “error” de Zedillo.

El peligro de Morena, nos habían dicho, suponía la “venezolanización” de México. Ese peligro ya no existe. Pues la “venezolanización” nos la madruga el PRI. (Y al que madruga, Sam lo ayuda.)

Catedrático del ITAM

Google News

Noticias según tus intereses