Desde 2014 algunas cosas han cambiado en Ayoztinapa y otras más continúan intactas. La semana de prueba, por ejemplo, un examen de resistencia que imponían los estudiantes ya no existe, ahora se llama semana de adaptación.

La prueba consistía en ocho días en los que los jóvenes aceptados se sometían a retos de resistencia. Eran días en que comían y dormían poco, completados con largas jornadas de ejercicios y trabajo: podrían pasar noches corriendo.

Ahora son días de trabajo y ejercicios mezclados con tiempos de distracción. Se adaptan a los huertos donde se siembran flores, maíz, sorgo y donde se crían cerdos. Son días que pueden pasar jugando basquetbol o futbol y dormir noches enteras. La semana de prueba dejó de aplicarse, entre otras razones, porque dejaron de llegar estudiantes.

La disminución de aspirantes comenzó después de 2014. Ese año 321 jóvenes se presentaron al examen de admisión. Incluso, 181 se quedaron sin lugar. De esa generación —la de los 43 estudiantes desaparecidos— en las aulas sólo quedan 63 jóvenes.

En 2015 los aspirantes bajaron a 172, y en 2016 sólo hubo 79 interesados, un poco más de la mitad de los 140 de la matrícula. Ni porque los estudiantes salieron a las comunidades a hacer una segunda convocatoria lograron completar el cupo: faltaron cuatro aspirantes. Este año sólo llegaron 113, 27 menos de los espacios disponibles.

La disminución de la demanda de estudiantes tiene dos razones. Una la ofrece el subdirector académico de la normal, Felipe Castañeda Tovar. El directivo afirma que la ausencia de jóvenes es un asunto generalizado en todas las normales públicas del país, pues desde 2014 la entrega de plazas dejó de ser automática. Primero, dice, se comenzaron a dar a los mejores promedios y después por medio de un examen de oposición. Eso, asegura, le quitó atractivo a las normales.

“El director de otra normal (...) me dijo que no están a completando la matrícula, los estudiantes de esa normal el año pasado salieron también a buscar a más jóvenes para cumplir con la matrícula”, dice el subdirector sentado en su oficina de la normal.

La segunda razón la da Víctor Hernández, un estudiante de primer año. La falta de estudiantes, dice, se debe a la constante campaña que hay en contra de la normal y el temor de que les pueda pasar lo mismo que a los 43 estudiantes desaparecidos.

“Yo vengo del Edomex. Mi mamá me insistió que no viniera porque era peligroso, pero aún así me vine porque dije: más vale comprobar. Y acá estoy, no pasa nada”, afirma.

Sobrevivir. Lo que no ha cambiado es la alimentación. Cada joven sobrevive con 50 pesos al día. Hace meses el gobierno estatal se comprometió a subir a 85 pesos la ración, pero no se han cumplido. Las instalaciones tampoco han cambiado, continúa existiendo “la cueva”, una zona de dormitorios para los de primer año, llena de chinches, humedad y poca luz.

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