Lucía Vázquez tiene 85 años y por momentos se echa a llorar porque está convencida de que cuando muera, nadie le va a cantar. Deambula por su casa o se sienta fuera de ella con la mirada perdida, una mirada que desde hace dos años se ha ido averiando, igual que su oído. Lucía es la última negra pura en la comunidad de El Nacimiento, en el municipio de Múzquiz, en el estado de Coahuila, una comunidad afrodescendiente que llegó a México en el siglo XIX.

Lucía viste un vestido blanco largo. Está sentada en una mecedora afuera de su casa, en el camino que cruza la comunidad de 55 casas, donde se hallan unos 300 pobladores, algunos todavía descendientes de negros seminoles que llegaron a México en 1850.

Se les llama mascogos, pero Lucía recrimina: “Quién sabe de dónde sacaron eso de los mascogos, antes nomás eran los negros”. Con ella habrá terminado una raza pura que se asentó en la colonia de El Nacimiento en 1852, cuando el gobierno mexicano les entregó 7 mil 22 hectáreas a ellos, a la tribu de los kikapúes y a los indios seminoles, a cambio de resguardar la frontera de las incursiones de los apaches y comanches que arrasaban con poblaciones. Se habrá terminado porque se casó con un hombre de Palaú, un poblado perteneciente a la zona carbonífera, con el que procreó 7 hijos. “Ya no había negros, todos ya se habían ido”, cuenta Lucía como si se quisiera justificar. “Mis hijos son puros cuarterones”, dice.

Con excepción de Lucía, el resto de la población de negros en El Nacimiento es el resultado de un mestizaje. “Me casé con un mexicano, se casó con una mexicana”, suelen decir como si ellos no hubieran nacido también en México. Para la comunidad de mascogos, la colonia de El Nacimiento es como una nación dentro de otra.

Así como nadie —según Lucía— le transmitió la historia sobre la llegada de los negros a México, así tampoco nadie ha ido fomentando el capeyuye, que son los cantos a capela que se acompañan con aplausos; la mayoría entonados en funerales, Navidad y Año Nuevo. “Quién me va a cantar. Antes eran negritos, pero nomás quedo yo de negrita”, lamenta.

Una comunidad con historia

La comunidad de El Nacimiento se halla a 30 kilómetros de la cabecera municipal en Múzquiz, un municipio minero de Coahuila. A la entrada se encuentra un letrero que dice: negros mascogos y seminoles.

Francisco Cázares, coordinador de Culturas Populares de Coahuila, explica que los mascogos llegaron junto con los kikapúes y en una especie de alianza con el grupo indígena de los seminoles.

Menciona que huyeron de la persecución del gobierno de Estados Unidos y de la esclavitud a mediados del siglo XIX, y que fue hasta el reparto agrario que se les otorgó el territorio como ejido.

En Estados Unidos son reconocidos como negros seminoles. Cuando llegan a Coahuila, se les empezó a denominar como mascogos, aparentemente por la lengua muskogee que hablaban. “Provenían de la Florida. Hay versiones que dicen que los mascogos eran esclavos de los seminoles, porque en aquel entonces los indígenas nativos tenían derecho a tener esclavos. Otras versiones —incluida la principal— explican que se aliaron militarmente, de ahí el nombre de negros seminoles o black seminoles”, ahonda Cázares Ugarte.

Refiere que son considerados como negros cimarrones, es decir, esclavos rebeldes que se fugaron de regiones esclavistas.

Yolanda Elizondo, presidenta del Patronato Amigos de la Cultura de Múzquiz, Coahuila A.C. tiene otra versión. Cuenta que los negros seminoles convivían con los indios seminoles como grupo formal, quienes se unieron cuando el gobierno de Estados Unidos decidió enviar a todas las tribus a una gran reserva en Oklahoma. Asegura que eran negros libres y que en su camino hacia México se les unieron esclavos fugitivos.

“Había negros seminoles en Florida y no como esclavos; ellos aceptan a estos negros esclavos y naturalmente se mezclaron”, expone. Hay historiadores que explican que el término cimarrón se refería a grupos de descendientes africanos que mantenían un estatus de libertad por vivir en el desierto y montañas.

En El Nacimiento, cuando se les pregunta a los habitantes por lo que les contaban sus padres o abuelos, los afrodescendientes dicen poco. “Yo ahora escucho los comentarios que eran esclavos, pero yo no me acuerdo”, asegura Estela Vázquez Núñez, de 77 años.

Sin embargo, la fiesta de la comunidad es el 19 de junio —el Juneteenth Day en Estados Unidos— el día que los esclavos de Galveston, Texas, supieron que eran libres.

La comunidad de El Nacimiento festeja en una nogalera donde preparan los pocos platillos típicos que quedan: el soske (atole de maíz), tetapún (pan de camote), empanadas de calabaza o piloncillo cocidas en aceros y pan de mortero, principalmente. Las mujeres usan vestidos largos con bolitas blancas, un delantal y una pañoleta a la cabeza. Aunque muchos no saben ni por qué celebran. “Es el día del negrito”, “se celebra cuando llegaron”, “se celebra porque fue cuando les dieron las tierras”, son algunos de los comentarios de la sociedad.

“Son grupos que tienen una posición más abierta a cuestiones de mestizaje. Es gente con menor grado de protección sobre su raza”, explica Francisco Cázares, de Culturas Populares.

Los rentaban como mulas

Homero Vásquez es un anciano alto y espigado. Se halla sentado en una mecedora afuera de su casa. En ella cuelga una bandera de México sin la parte que lleva el color rojo. Es hijo de Teodoro Vásquez, quien le contaba que los negros vinieron desde la Florida huyendo de la guerra, de la esclavitud. “Los rentaban como mulas”, dice que la contaba su papá.

Homero narra que le dijo su padre que en la década de los 30 entró mucha gente a sembrar a la zona y que desde entonces empezó la mezcla con mexicanos, y que por eso ya no se habla inglés. Que su mamá vino de Parral, Chihuahua a los 15 años.

El padre le contó que hubo una sequía muy fuerte que obligó a la gente a irse de la colonia y que muchos se fueron a Brackettville, Texas, donde hay un cementerio de los negros seminoles que sirvieron al ejército estadounidense entre 1879 y 1914, en una unidad llamada Seminole Negro Indian Scouts.

“Mi abuela allá se llamaba Tina Goren, pero acá se llamaba Carmen Flores. Usaban un nombre para cada reservación”, comenta Homero, quien de nueve hijos que tiene, cinco viven en Estados Unidos.

Homero saca de su casa un gran retrato de John Horse o Juan Caballo, el gran líder afroseminol, hijo de madre negra y padre indio seminol. Según la historia, lideró el más largo y masivo escape de esclavos en la historia de Estados Unidos. Llegó a México junto a Gato del Monte, el jefe seminol y Papikua, el jefe kikapú. En México le fue concedido el grado de coronel del Ejército.

Mucha gente se fue

“Soy mero descendiente. Mi padre era negro limpio”, dice Ricardo González Núñez, Chito, un hombre que está por cumplir 80 años y más de 20 como juez del ejido. Chito sale de su casa a paso lento, con los primeros botones de la camisa desabrochados. “Me estaba poniendo una sábila para las huesos porque me duelen mucho”, comenta. En su casa hay una decena de gallinas, gallos y un pavorreal. Se sienta en una mecedora.

La mayoría de las casas tienen traspatio donde crían animales. No se ven casas empalmadas. La mayoría de la gente se dedica a la agricultura, aunque no se observan jóvenes en la colonia.

Chito declara que antes era otra vida. “Había mucha negrada”, platica. Posee chivas y vende la leche. “Está bajón. No hay lana”, se queja. Produce unos 100 litros cada tercer día y vende en Múzquiz a 1.60 pesos el litro. Estudió hasta cuarto de primaria.

Menciona que de los mascogos, su papá le dejó la tradición de manejarse de buena manera y saber respetar a los demás. Su mamá era una güera de Chihuahua.

Chito fue vaquero en los Estados Unidos. Recuerda que mucha gente se fue porque “tenían que buscar la vida”. A él le tocó sufrir la segregación de los negros en Estados Unidos, cuando tenían que ir atrás en los autobuses. Tiene cuatro hijos, dos viven de mojados en Estados Unidos. Trabajan en restaurantes. “Son los que nos ayudan”, cuenta. “Todos aquí tenemos hijos de mojados. Unos pasan con permiso y se quedan. Aquí no hay vida”, agrega.

—¿Qué le contaba su padre de sus antepasados?— se le pregunta.

—Que iban huyendo de la esclavitud. Le contaban los abuelos a mi papá— responde.

—¿Usted se siente mexicano o mascogo?

—Tiene que ser mexicano. Prieto pero mexicano— dice.

Chito, como su padre, también se casó con una mujer que no tenía ascendencia negra. “La conocí en la vida”, dice.

Estoy haciendo mi maleta

Margarita González Núñez tiene 78 años y también siente la tristeza de esos cantos que se están perdiendo. “Aunque no les entiendo, sé que se están despidiendo, que le cantan a los muertos”, dice a lado de su hija Narcedelia. “Ya sólo queda la comida y el vestuario”, lamenta sobre la pérdida de las tradiciones.

Con doña Mague está Dulce Robles Herrera, bisnieta de Lucía Vázquez, la última negra pura de la comunidad.

—¿Tú no te vas como los demás jóvenes?— se le pregunta a Dulce.

—No, no me gusta. Allá [en Estados Unidos] está la policía. Están solos. Yo aquí tengo a mi familia— defiende.

Dulce cuenta que Abuelita Lucía, como le dice, se pone a llorar cuando está con ella. “Llora mucho porque dice que nadie le va a cantar. Ella quiere una negra que le cante”, comenta Dulce.

En la plática, de fondo se escucha Mascogo soul, un disco que grabaron las últimas mujeres que sabían el capeyuye. Se hallan canciones como It’s maybe my last time o Glory in the heaven, melodías con frases repetitivas. Se oye la canción I’m packing now, una canción que habla de huir de la esclavitud y que solían entonar en las plantaciones de esclavos:

Estoy haciendo mi maleta

me alisto para partir

estoy empacando

y estoy listo para partir

Señor hago mi maleta

me alisto para partir

Mi madre se ha ido

y estaba lista para partir

mi madre se ha ido

y estaba lista para partir…

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