Con actitud de sobra, Paulina Villaescusa Bueras siente que vuela sobre la pista de cemento de 300 metros. Ahí patina al aire libre apoyada con una pierna robótica, prótesis que utiliza poco antes de los cuatro años, cuando el incendio de la Guardería ABC le calcinó la pierna izquierda.

En la unidad deportiva Ana Gabriela Guevara, la pequeña de 10 años dice que es feliz y precisa que la clave es vivir un día a la vez. No se preocupa por el mañana.

Siembra amigos por donde pasa. Su rostro enmarca una amplia sonrisa; es afable y toma lo mejor que la vida le ofrece para gozar a plenitud la naturaleza. “Cuando patino, siento que vuelo; cuando hago rapel, siento que voy escalando una montaña, y cuando nado, siento que estoy en el mar”, indica luego de dar 10 vueltas a la pista como parte del entrenamiento que inició hace cuatro meses.

Fan de Enrique Iglesias, porta una camiseta con el nombre del artista a quien admira.

A su edad no le gusta jugar a las muñecas. Cursó clases de guitarra; sin embargo, no se acerca a lo que le gusta, no le agrada su voz para estudiar canto y tampoco le provocan mucha satisfacción las clases de actuación. Prefiere los deportes extremos porque siente que la adrenalina corre por su cuerpo.

Su autoestima es demasiado elevada, no se cohíbe con nada, hace lo que le gusta. “Me rogó para entrar a clases de patinaje y a mí me daba mucho miedo que algo malo le fuera a pasar, pero para mi sorpresa, a la semana patinaba sola”, comenta su madre Delfina Bueras.

“Siempre me sorprende, nunca sé con qué va a salir, cuando me dijo que quería entrar a taekwondo, la llevé un tiempo y la saqué porque temí que algo le pasará o que lastimara a otro niño con su prótesis”, confiesa la madre.

“Para ella no hay límites, nos demuestra que todo es posible, siempre va con una actitud triunfadora en la vida, rebasa todas las expectativas”, dice la señora con gesto de satisfacción.

La admiración que expresa por su hija provoca un brillo en sus ojos, voltea a verla cuando se desplaza en patines y le pone nombre a sus sentimientos: emoción, alegría y lección de vida.

Luego define a Paulina como una niña extrovertida, perseverante, tenaz y sin límites. Le sobra actitud y le encantan las emociones fuertes.

“Quería que entrara a clases de guitarra y canto, pero ella quería patinar. No deja de sorprendernos”, reitera.

“No me la imaginaba arriba de los patines, desde que tenía tres años, veía a un primito y ella quería hacerlo, lo logró y hay ocasiones que da 25 vueltas a la pista —recorre hasta 7.5 kilómetros—, regresa cansada a casa, pero siempre muy feliz”.

Paulina disfruta al máximo las tardes. Sus padres Francisco Guillermo Villaescusa y Delfina Bueras, así como su hermanito Guillermo, de siete años, la acompañan a sus entrenamientos.

Ella no se cohíbe, la mayoría de las ocasiones acude a la pista de patinaje con short, no le importa que sus compañeros vean su prótesis.

Paulina es un ángel, dice su padre

Recargado en una valla, que separa la pista de patinaje, el señor Francisco Guillermo sonríe y saluda a su hija Paulina, vuelta tras vuelta.

Comenta que las clases de patinaje serán suspendidas porque el día 7 de junio viajarán a Fresno, California, para llevar a la niña al campamento organizado para niños quemados, por Alisa Ann Ruch Burn Foundation y luego la llevarán al Hospital Shriners de Sacramento, California, para que le pongan expansores en el abdomen. El proceso durará alrededor de cuatro meses.

Recuerda que cuando ocurrió el incendio en la Guardería ABC, el viernes 5 de junio de 2009, no encontraban a Paulina y en la confusión le estaban entregando los restos de un niño muerto, mientras su niña había sido reclamada por otros padres.

Al día siguiente, el sábado 6, su esposa se trasladó al IMSS de Guadalajara y allá estaba su hija en estado de inconsciencia, en el cual duró 11 días; luego fue trasladada a Shriners de Cincinatti donde le amputaron la pierna porque no tenía tejido sano, estaba carbonizado. Tenía quemaduras en 66% de su cuerpo.

La niña siempre demostró autosuficiencia: a los tres años y nueve meses se paró y a los cuatro meses cuando regresó a Hermosillo, llegó caminando.

A pesar de la tenacidad de Paulina, nada ha sido fácil —expresa—, cada seis meses le hacen ajustes a la prótesis porque va creciendo y una vez al año se tiene que hacer un cambio completo. “Ahora me emociona mucho verla tan contenta, tan feliz, ella vive la vida, no se complica, no se preocupa por el futuro, aprende día a día, es buena, estudia y sabe hablar inglés”, dice su padre.

Paulina cursa el quinto grado escolar, nació el 23 de septiembre de 2005. Lleva cuatro cirugías y se prepara para una próxima, así como para la colocación de expansores en su abdomen.

A Paulina sus padres la dejan ser feliz, aunque tienen miedo de las actividades que realiza.

Además del patinaje, natación y rapel, que los ha hecho un estilo de vida, también monta a caballo en un rancho familiar. La batalla ha sido ardua, pero tener a un ángel como Paulina es una bendición y verla feliz es lo mejor, dice el papá de la niña.

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