Está vacío. Son los últimos suspiros de la fiesta del fuego nuevo purépecha en la comunidad de Ocumicho, municipio de Charapan en Michoacán, y aunque varios hombres y mujeres que partieron hace algunos meses regresaron de Estados Unidos para festejar, el pueblo aún luce con muy poca gente.

Sólo pudieron llegar los que tienen trabajo allá de manera legal, la mayoría son jornaleros por temporada, pero la suerte de los demás es distinta: pueden pasar unos 10 o 20 años antes de que puedan volver y sólo regresan si son obligados por las autoridades americanas.

La historia se repite múltiples veces, pero con diferente cara y nombre: hombres y mujeres jóvenes que emigran para abandonar la pobreza que los rodea.

La localidad de Ocumicho es un pueblo de fama alfarera, principalmente por sus figuras de “diablitos”, donde la irreverencia, la tradición y el erotismo son transmutados en barro. Ubicada en la sierra Tarasca, tiene poco más de 3 mil 200 habitantes —la mayoría purépechas— que se dedican principalmente a la agricultura y a la creación y venta de artesanías, actividad que los hizo famosos en la década de los 60.

Para 1970 los purépechas comenzaron a abandonar Ocumicho para formar pequeñas colonias en tres principales estados: California, Florida y Pensilvania, asegura el alcalde de Charapan, Simón Vicente Pacheco.

De acuerdo con el documento El flujo migratorio internacional de México hacia los Estados Unidos y la captación interna de las remesas familiares, 2000-2015, publicado por la Cámara de Diputados, el estado de Michoacán es el segundo a nivel nacional que expulsa a más ciudadanos y es el primer lugar en la captación de remesas, con 26 mil 901.73 millones de pesos, en segundo lugar se posiciona Guanajuato, con 24 mil 335.40 millones de pesos, y Jalisco, con 21 mil 293.17 millones de pesos.

Ocumicho es especial, asegura Macario Bejar, regidor del migrante en Charapan, porque 3 mil de sus habitantes viven en Estados Unidos, esto implica que casi la mitad de su población está fuera del país.

“Aquí hay una frase muy popular: ‘deja voy, para que no me cuenten’. A decir verdad, para ellos es casi una tradición irse de aquí cuando terminan la secundaria”, asegura el alcalde.

Los que deciden migrar, cuenta, llevan poco más que espaldas fuertes y una poderosa fe católica. Pocos pueden hablar español o inglés, solo hablan purépecha. Su falta de educación y la tendencia a casarse con tan sólo 13 años ayuda a asegurar una vida de pobreza.

“Acá ya no queda nada”

Rosa se fue cuando cumplió tan sólo 15 años; estaba embarazada de su primer hijo. Permaneció en Estados Unidos 20 años.

“Yo vivía en Coachella, en un pueblo que hicimos varios de aquí. Todo es igual, las costumbres, las fiestas, todo... Al principio hubo días que me quedé sin comer, pero luego empecé a trabajar como jornalera en los campos de berries (frutos rojos en español)”.

Cuenta que hay personas que logran hacer su buen dinero y hasta poner una casa, “pero son los menos, la mayoría se queda en las trailas (casas rodantes) y viven al día”.

“Un día alguien fue con el chisme de que yo no estaba bien, que no era legal, y me regresaron. Mi hijo se quedó allá y ahora busco la manera de regresar, pero no he podido. Acá ya no queda nada, todo está vacío”, dice la mujer.

No se ve mucha gente en las calles de Ocumicho y la poca que se observa son mujeres que cargan a los hijos pequeños de esposos que se fueron “al otro lado” o gente mayor que ya no puede trabajar.

“En ocasiones se va toda la familia, pero lo más común es que dejen a la esposa y los hijos; a veces son responsables y les mandan dinero, pero también hay casos en que se olvidan de que tuvieron una vida acá”, platica el regidor del migrante en Charapan.

“Queman su dinero en alcohol”

Cuando Verónica cumplió 14 años, su papá se fue a trabajar a la ciudad de Parlier, en Florida. Aunque no tenía papeles y tomó la decisión de irse de un día para otro, nunca se olvidó de sus tres hijos y esposa, y puntualmente cada mes les mandó por 20 años el fruto de su trabajo como jardinero de un hotel.

Durante ese tiempo, narra Verónica, ella aprovechó el dinero que le enviaba su padre para estudiar y terminar la carrera de diseño de modas en Morelia. Logró titularse, pero regresó al pueblo tras no conseguir trabajo. Hace unos meses su papá también regresó porque se lastimó la rodilla y ya no puede trabajar.

“Es muy extraño porque no lo conocemos, es un desconocido, sabemos que es mi papá pero al mismo tiempo no estamos acostumbrados a vivir con él”, dice Verónica.

Otro de los problemas que traen consigo los que regresan, dice por su parte el alcalde Simón Vicente Pacheco, es que muchas veces vuelven con alcoholismo y drogadicción y eso dificulta que se reintegren en Ocumicho.

“Imagínate, son jóvenes y de pronto tienen su propio dinero y saliendo del trabajo como jornaleros o jardineros sólo quieren relajarse y divertirse, queman todo su dinero en alcohol y drogas y eso mismo propicia que los deporten”, indica el presidente municipal.

“La gente no tiene ambición, quieren dinero y creen que con irse a Estados Unidos lo van a conseguir, pero no, casi siempre regresan igual y hay muchas familias separadas, muchos hogares partidos por la mitad”, agrega.

Indica que a partir de 2008 disminuyó la migración con la crisis económica, lo que contribuyó a que más personas empezaran a estudiar. Tal es el caso de Francisca, quien estudió en la Universidad Pedagógica Nacional y tiene un diplomado en educación bilingüe (purépecha-español). A pesar de su preparación, Francisca está contratada en una primaria local como técnica en educación, por lo que gana menos que un maestro de planta.

La fiesta del fuego nuevo purépecha, que ocurre en enero para celebrar el inicio del año, logra que por algunos momentos el pueblo recupere a algunas de sus personas, pero a finales de febrero y principios de marzo todos los que volvieron emprenden el camino de regreso y con ellos siempre se llevan a algunos más.

Tres jóvenes se pasean por las calles de Ocumicho en un auto clásico deportivo dorado que compraron entre todos y en el que gastaron todos sus ahorros. Se divierten antes de regresar a otra temporada como jornaleros agrícolas en California. El pueblo, como cada año, poco a poco se vuelve a vaciar.

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