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El término visionario ya es barato. Se aplicó a directores de valía como Stanley Kubrick, George Lucas y Ridley Scott, quienes cumplían el requisito de imaginar mundos concebibles sólo para la pantalla.

Al francés Luc Besson se le calificó así por El quinto elemento (1997), en su momento extremadamente original. Dos decenios después, en su cinta 16, Valerian y la ciudad de los mil planetas (2017), quiere repetir la fórmula. Aunque su “visión” actual se basa en la influyente historieta de culto publicada entre 1967 y 2010, de Pierre Christin y Jean-Claude Mézières, que en 2007 Stéphanie Joalland y Marc Journeux recrearon con dibujos animados estilo manga en 40 episodios de media hora bajo el título de Valérian & Laureline.

La versión con personajes de carne y hueso narra algo demasiado visto: dos héroes improbables, en aparente conflicto-atracción, tienen la tarea —tan sencilla— de salvar el universo. Son el adolescente en eterno pasmo Valerian (Dane DeHann) y su compañera de armas Laureline (Cara Delevingne, con actitud de supermodelo arrogante… Ah, perdón: no actúa). Ambos enfrentan la “sorprendente” aventura de recorrer un espacio artificialmente fantástico, lleno de artificiales criaturas sobrecargadas de adornos, siguiendo la artificial lógica dramática idéntica a un juego de video infestado de niveles de realidad virtual (la mentada ciudad de mil planetas poblada por personajes que parecen copia o desecho de la saga Star Wars (1977-2016), en la que hay que brincar en espacios iluminados por luces de neón o de merengue (según la saturada fotografía de Thierry Arbogast).

Ser visionario no es acumular efectos especiales hasta conseguir una sobredosis de azúcar visual. Tampoco es transformar el material original en manoseado lugar común de cómic filmado. Menos hacer citas cinéfilas cultas para apantallar: la peculiar Burbuja, o Bubble (la cantante Rihanna), se viste como Sally Bowles (Liza Minnelli) en Cabaret (1972, Bob Fosse).

Besson renuncia a ser visionario; no le queda fingir que es el Marvel francés. Lo confirma el elocuente título: “Valerian” literalmente significa valeriana, un sedante. Mejor debería llamarse Soporífero y la ciudad de los mil bostezos.

Por su parte, Amityville: el despertar (2017), quinta cinta del actor-director francés especialista en terror Franck Khalfoun, cuenta dizque basándose “en hechos reales”, por enésima vez, la historia de esa casa embrujada.

La novedad es la misma de hace 37 años: Joan (Jennifer Jason-Leigh) se muda a la casa en compañía de sus hijas, la adolescente Belle (la bella Bella Thorne en plan de emotiva chica gótica con melena cubriéndole la mitad del rostro) y la pequeña Juliet (McKenna Grace pegando aterradores gritos), más su paralítico hijo James (Cameron Monaghan), cuyos cuidados de salud afectan la economía familiar.

Belle descubre que algo extremadamente raro sucede en la casa. Su condiscípulo Terrence (Thomas Mann) le desvela el mismo misterio que El horror de Amityville (1979, Stuart Rosenberg), Amityville II: la posesión (1982, Damiano Damiani), y Amityville 3-D (1983, Richard Fleischer), por mencionar las tres primeras de las 14 variantes.

Lo poco bueno que hay en esta cinta reciclada son las actuaciones de los protagonistas, la eficaz atmósfera del veteranísimo fotógrafo Steven Poster, y que su atrabancada producción con dificultades y retrasos en su estreno pueden volverla de culto. Un churrazo de culto, obviamente.

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