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Nadie creyó que la entonces original Piratas del Caribe, la maldición del Perla Negra (2003) se convertiría en franquicia con entregas en 2006, 2007 y una reciente en 2011.

Desde un principio estableció la fórmula de su éxito: sostenerse en las peripecias del descuidado capitán Jack Sparrow (Johnny Depp), quien a consecuencia de su constante vida marítima por supuesto no puede mantenerse estable en tierra (camina como si siempre estuviera ebrio); presentar un mundo transversal entre vivos y muertos; enfrentar a todo tipo de piratas en un espectáculo lleno de peripecias y exagerado hasta lo inverosímil.

La finalidad era crear el sustrato dramático a la atracción homónima de los parques de diversiones de la productora Disney.

La repetición del concepto suena a choteo: Piratas del caribe / La venganza de Salazar (2017), cuarto filme del tándem conformado por los irregulares noruegos Joachim Rønning & Espen Sandberg (tras su fallido western Bandidas, su mediana película de guerra Max Manus y su notable crónica marítima Kon Tiki, un viaje fantástico), retoma la entrega del año 2011, Navegando aguas misteriosas. En ésta, Sparrow y sus amigos buscaban la fuente de la juventud. Ahora buscan el mitológico tridente del dios Poseidón para evitar caer en manos de Salazar (interpretado por Javier Bardem), trama similar a la de 2006, El cofre de la muerte.

¿Qué plantea? Repetir… la repetición. El “nuevo” “concepto” por supuesto funciona por su diseño gráfico antes que por lo fílmico; es un alarde visual: el maquillaje de personajes en avanzado estado de putrefacción, cada escenario real o fantástico, ese mar con lugares y situaciones imposibles.

Rønning & Sandberg siguen a pie juntillas el estilo de las cintas previas. Pero es insuficiente. Aunque hecho con humor un tanto macabro pero ligero, se busca que sea dramático el enfrentamiento entre Salazar y Sparrow (jugando a ser una caricatura de sí mismo).

Asimismo se repite el chiste privado: insertar una estrella de rock para despertar al espectador. El Rolling Stone Keith Richards apareció en las entregas de 2007 y 2011, hoy toca el turno al Beatle Paul McCartney.

Los directores sostienen la película por todos los medios posibles. Apuntando, obvio, hacia la parte seis. A estas alturas la reiterativa saga no va más allá de ser el boleto de entrada a la atracción de feria que la inspira. No del todo fallida; tampoco lograda. Esa es la mala noticia.

El primer filme como guionista y director del comediante Jordan Peele ¡Huye! (2017) es un inteligente, desquiciado e intenso juguete dramático que narra sin concesiones cómo es la herida racial, siempre abierta, en Estados Unidos. Peele presenta la historia de una pareja interracial, Chris (Daniel Kaluuya) y su novia Rose (Allison Williams), quienes están por vivir el lado siniestro de ¿Sabes quién viene a cenar? (1967, Stanley Kramer).

Peele filma con mano firme, sin adornos visuales, narrando directamente. Siempre a medio camino entre la comedia negrísima que hace la disección de la era post racial en EU, y la desatada cinta de terror sicológico, sin revelar mucho de su mecanismo (foto naturalista llena de signos ominosos del australiano Toby Oliver y malicioso montaje preciso de Gregory Plotkin).

Este insólito híbrido fílmico funciona como manifiesto político, sátira paranoica, y crítica del racismo inextricable tipo Perro blanco (1982, Sam Fuller).

Entre las películas más inquietantes de los últimos tiempos, ¡Huye! resulta perversamente entretenida.

Una inesperada joya.

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