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Roger Moore murió ayer en Suiza a los 89 años, tras una batalla contra el cáncer, informó su familia.

Con 85 años, caminaba ya con dificultad. Lo convencieron de salir de su casa para viajar al Museo del Automóvil de Gran Bretaña, en un bosque a las afueras de Londres. Era 2012 y se celebraba medio siglo de vida de James Bond, el personaje creado por Ian Flemming y con el cual Moore había ganado unos 10 millones de dólares al interpretarlo en siete películas.

Para moverse dentro del museo (en el que se podía ver el helicóptero con el que Bond salvó al mundo en You only live twice y el submarino con el que escapó el malvado Karl Stromberg en La espía que me amó, se tuvieron que poner rampas en las escalinatas.

Pero su deterioro físico lo compensaba la energía de sus convicciones. A pesar del mucho dinero que le dio y la popularidad que ganó, se negaba a hablar bien de James Bond, un espía al que no amaba. Su muerte es pretexto ideal para recordar sus razones:

James Bond no podría salvar al mundo. Entre los artefactos que se exhibían en el Museo del Automóvil con motivo de los 50 años de Bond, estaban una motocicleta que se convertía en lancha con cohetes y una bicicleta que también era helicóptero. Mientras recorría el museo de la mano de un guía, Moore recordaba las películas en las que aparecían esos vehículos y al final hizo un comentario lapidario: “Bond siempre fue un personaje ridículo”. Por eso mismo, consideraba que el personaje de Fleming sólo era posible en ese mundo de caricatura. “Jamás podría resolver un caso en la vida real. Para empezar, porque todo mundo sabe que es un agente secreto. El barista de cualquier cantina lo reconocería”.

Bond no es El Santo. Cada que James Bond salvaba al mundo, Roger Moore hacía una mueca de incredulidad. “No creo que lo odié”, dijo en esa entrevista a la que acudió con su habitual elegancia, después de todo, era un sir. “Pero tampoco lo amé”. Sucede que antes que al espía de los martinis agitados, no revueltos, Moore hizo a El Santo, también un espía y también inglés pero mucho más sofisticado. Lo hizo durante 118 episodios en los que, también, salvaba al mundo. Las similitudes eran, para él, lo de menos. “Cuando hice a Bond ya había hecho a El Santo, un personaje mucho más simpático. Bond fue otra cosa. Fue popularidad. Me gusta más cómo me cambió la vida El Santo”.

James Bond no lo hizo millonario. Para filmar la quinta película de Bond, ya no exigió sólo un aumento salarial (empezó ganando un millón de dólares y ahora sus honorarios eran tres veces más altos) sino que pidió 5% de la taquilla. Aun así, aquel verano de 2012 en Londres, en donde Moore pedía a sus interlocutores que casi le gritaran porque escuchaba poco, negaba que Bond le hubiera resuelto la vida. “La gente piensa que hice mucho dinero con esas películas. La verdad es que yo nunca supe cuánto era. Me ocupaba de cobrar mi salario todos los viernes pero la que llevaba la cuenta era mi esposa”

James Bond es un espía de caricatura. En El espía que yo amé, Roger Moore se salva, entre otras cosas, del derrumbe de unas ruinas. La escena parece imposible pero, ya se sabe, James Bond todo lo puede. Eso le molestaba a Moore. Tanto que rehusaba hacer esas escenas de acción. “Nunca he pretendido ser un James Bond de verdad, mis escenas de acción las filmaba un stunt. A mí me gustaban las escenas de humor. Bond siempre me pareció un espía de caricatura”.

James Bond no me salvó de ser un hombre golpeado. La promoción de los 50 años de James Bond incluyó varias entrevistas de televisión para canales británicos. En una de ellos, confirmó lo que por muchos años fue rumor de tabloide: “Door Van Steyne acostumbraba golpearme”, dijo respecto a una de sus esposas. No fue la única. “Mi segunda esposa, Dorothy Squires me golpeó con una guitarra. Lo único que recuerdo es que me quedé en cámara lenta”, contó.

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