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El estreno más anunciado de la temporada es Cincuenta sombras más oscuras (2017), obra fílmica 12 en 33 años de carrera del otrora inspirado James Foley, con guión de Niall Leonard basándose de nuevo en la literatura chatarra de E. L. James.

Secuela de Cincuenta sombras de Grey (2015, Sam Taylor-Johnson), continúa con la saga del retorcido Christian Grey (Jamie Dornan) reiniciando su “perversa” relación con la bella e ingenua Anastasia Steele (Dakota Johnson). Las comillas implican que lo propuesto se queda en eso: una propuesta a contrapelo de la obesa novela. La “novedad” es una dizque revisión del pasado de Christian. Pero tiene los mismos defectos de la primera parte, no tanto por cambiar de director y guionista, ni por el tono aparentemente más introspectivo sino porque la novelita medio pornográfica es convertida en “sofisticado” juguete visual (artificial foto de John Schwartzman) para ahondar en el misterio de por qué Christian es sexualmente tan cochinón.

Sin sexo explícito, porque es un “cuento de hadas”. El fuerte tono erótico es despojado de su carga real para hacerlo algo débil y ligero. Demasiada “elegancia” saqueada de Ojos bien cerrados (1999, Stanley Kubrick) queda en vil hipocresía, inferior a provocaciones como las infidelidades asumidas de Emmanuelle. o la trágica inmoralidad de El último tango en París (1972, Bernardo Bertolucci).

En erotismo cinematográfico vamos para atrás. Lo confirman estas sombras, sí, más oscuras. Pero por ser menos interesantes. Un churro caro e inútil.

El fértil territorio para la crítica sobre eso que se llama “los Estados Unidos corporativos” —por ejemplo, un banco que actúa por simple usura— aparece en Enemigo de todos (2016), décimo largometraje cinematográfico del curtido director escocés David Mackenzie, con apenas el segundo guión –después de su notable Tierra de nadie: sicario (2015, Denis Villeneuve)— del actor convertido en inspirado escritor Taylor Sheridan. Es un juego de ratas vs. gato vuelto duro melodrama familiar donde dos hermanos, Toby (Chris Pine) y Tanner (Ben Foster), asaltan por el motivo correcto y enfrentan por ello al tenaz policía Marcus (Jeff Bridges). Gracias al ámbito texano, un crudo paisaje erosionado por la vida misma, este amoral policial también es un moderno western, con “vaqueros” que buscan una justicia no tan retorcida como parecería. La fotografía de Giles Nuttgens, perfectamente acoplada para retratar tanto el alma de los personajes como la esencia demoledora de la historia, complementa una entretenida e intensa cinta que está entre lo mejor de este año.

A su vez, Elle (2016), largometraje 16 del a sus 79 años aún vital Paul Verhoeven, tras su auge y caída hollywoodense, es una absoluta provocación. Con guión de David Birke basado en una novela de Philippe Djian (el mismo de Betty Blue [1986, Jean-Jacques Beineix]), cuenta la historia de Michèle (Isabelle Huppert), violada por un desconocido, lo que altera su vida con un perturbador juego de persecución. El tema incluye innumerables detalles que Verhoeven integra con hábil humor negro. La historia es el personaje principal, de ahí la singular actuación de su protagonista. Su nominación al Oscar no es sólo por este filme; es por una carrera llena de riesgos (recuérdese La pianista), verdaderos retos de interpretación. Aquí demuestra cómo sobrevivir lo sórdido sin alterar lo cotidiano. Verhoeven se confirma como un excepcional director que hace un magistral trabajo para el hipnótico talento de la Huppert. Una cinta deliciosamente deslumbrante.

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