Ser como Mario Almada es fácil. Basta con seguir un decálogo integrado por EL UNIVERSAL, basado en los personajes de sus casi 400 películas hechas, así como en los recuerdos de sus amigos, Hugo Stiglitz y Alfredo Gurrola, actor y cineasta, respectivamente.

La pregunta es: ¿Hay alguien que puede hacerlo?. Coteje respuestas con quienes conozca o su actor favorito.

1. Saber usar el látigo y la pistola. Siendo hombre de rancho, desde muy joven Mario aprendió a manejar ambos objetos. En 1969 la primera habilidad le consiguió un papel en Todo por nada. “Muchos creían que yo era argentino o gringo”, recordó el histrión en su momento.

2. Un rostro inexpresivo. Gurrola, quien lo dirigió en cintas como La fuga del rojo y Escuadrón de la muerte, alaba que sólo podía saberse lo que pensaba el personaje, dependiendo de la música que tenía de fondo. “El mejor actor es el que no tiene personalidad, porque puede mimetizarse con todo. Con él sabías si estaba enojado o feliz, por el contexto de la escena o la música”, señala el cineasta.

3. “Por cada arruga que me salga, cobro más”. Eso decía el mismo Mario conforme pasaban los años por él. Su color de piel y desgaste por la edad, lo hacía más cercano a la gente dura del campo y, con ello, al público.

4. Mala memoria. Recordar diálogos no era lo suyo, pero su personalidad, casi siempre vestido de negro, le confinaba a escenas de acción. Desde el guión, recuerda Gurrola, se escribía sus papeles pensando más en lo que hacía, que en lo que decía. “Quiero saber cuántos pueden expresar, sin hablar”, destaca Stiglitz al respecto.

5. Sin excesos. Su ingreso al cine se dio cuando estaba por cumplir los 40 años. La juventud había pasado por él y no era afecto a las fiestas y desveladas, de ahí que en ocasiones pudiera actuar, paralelamente, en dos películas. En varias ocasiones le llegaron a ofrecer drogas, pero nunca aceptó, según las propias palabras del histrión.

6. Deportista y aventado. Fue campeón en Sonora con equipo de futbol y beisbol. El ejercicio le dio plasticidad al cuerpo y por ello, aunado a su experiencia en la cabalgata, hacía sus propias escenas de acción. En Cabalgando por la muerte se lastimó un menisco y en Los doce malditos, se le safó un hueso del pecho, al caerle un indio en escena.

7. Salirse de su zona de confort. A mediados de los ochentas, aceptó la invitación del realizador Arturo Ripstein, para interpretar a un cura, loco por un sexy mujer. Su personaje en La viuda negra, al lado de Isela Vega, le consiguió una nominación al Ariel a Mejor Actor. “Isela hubiera seducido hasta al mismo Papa”, recordó Almada en 2013, en entrevista con EL UNIVERSAL previo a que la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas le otorgara el Ariel de Oro, por trayectoria.

8. Filas en los cines. Su película Siete en la mira (1984) registró que la gente en los extintos cines Sonora o Variedades, diera la vuelta a la manzana, formada. Eran salas para más de mil personas, cinco veces más que las actuales y siempre llenas. “Superábamos el millón de asistentes, muertos de la risa”, recuerda Stiglitz.

9. Sencillez. Él mismo salía a la farmacia por sus medicinas y la gente se le arremolinaba. No le decían Mario, comenta Gurrola, quien le gustaba acompañarlo cuando trabajaban en Monterrey o Tijuana. Para las personas era Don Mario, a quien respetaban y veían como ídolo. Nunca se negó a un autógrafo o foto.

10. Llamarse Mario Almada.

sc

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