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Resulta que al igual que en Batman vs. Superman: el origen de la justicia (2016, Zack Snyder), Capitán América: civil war (2016, Anthony & Joe Russo) es una cinta sobre héroes contra héroes.

Al igual que El origen de la justicia el enfrentamiento sucede durante un breve lapso de rebeldía, que en este caso se opone a la directriz de quedar bajo control de la ONU y sirve de preámbulo para enfrentar al verdadero villano Zemo (Daniel Brühl). Los héroes sufren las consecuencias de la destrucción, “el amanecer” tras cada batalla. Y ambos bandos tienen su parte de razón.

¿Qué es entonces lo que hace diferente a Guerra civil de El origen de la justicia? La sustancial diferencia entre el estilo visual de Snyder y los Russo. También la concepción del universo Marvel, que por supuesto difiere del Universo DC. Tal vez Marvel como estudio posee mayor consistencia por su característica forma de producción y sus temáticas con mutantes más próximas a los seres humanos (en este caso vale destacar la ausencia de Thor, el dios, y que todo lo encabezan Capitán América e Iron Man).

La diferencia entre el filme de Snyder y el de los Russo está en la tensa concisión narrativa (debida a los guionistas Christopher Markus & Stephen McFeely) que traducen en imágenes nerviosas e intensas (brillante fotografía del canadiense Trent Opaloch) confirmando la evolución en el cine actual de lo que el teórico David Bordwell definió como “continuidad intensificada”: cada plano pensado como un pálpito vital, ya sea cámara en mano, con tripié fijo, o con tracking shots en steadicam, Technocrane y ahora drones. Pero DC será el primer estudio de cómics-films-TV shows en plantear como conflicto las consecuencias del súper heroísmo.

Snyder hizo un filme neoclásico, con uso preeminente de imágenes estables. Los Russo, en cambio, recuperan el concepto posmoderno (esquemas visuales que se combinan en un coctel de efectos siempre en movimiento) para presentar un heroísmo más existencialista. En este caso consecuencia de la orden burocrática de sometimiento, por culpa del “daño colateral” que estos filmes dejan sin afectar la vida ni la economía de personas y ciudades en su siguiente entrega. Esto es esencial y dramático por la psique de los personajes, algo poco presentado en estas sagas que carecen de coherencia de un filme a otro: funcionan no viendo hacia el frente sino construyendo a los lados.

El inteligente uso de la cámara, destacando espacios dentro y fuera de cuadro, estableciendo el justo medio entre lo visual y lo dramático da pues, a la vez, la sensación de estabilidad-inestabilidad para el cara a cara entre el lado de Steve Rogers (Chris Evans) y el de Tony Stark (Robert Downey). Aquí sí, a diferencia del filme de Snyder, el relato es más complejo: tanto la secuela de la artificiosa Avengers, era de Ultrón (2015, Joss Whedon), como un derivado del notable filme previo de los Russo, Capitán América y el soldado del invierno (2014).

A estas alturas, ante la devastadora respuesta contra El origen de la justicia (que sin embargo mantuvo sus ingresos aunque no como se esperaba) los taquillazos por supuesto implican una responsabilidad: atraer más público antes que convertir cada entrega en algo sólo para fans.

Por eso los Russo plantean un equilibrio entre su noción de espectáculo y la trama que profundiza en las consecuencias de este espectáculo, tanto en la oposición ética y política a la destrucción, como en lo que es crear una serie de filmes imbricados entre sí.

Los que, a pesar de todo, necesitan cierta independencia y mejorar su estilización de una entrega a otra; ir más allá del apocalipsis de bolsillo. Por ello destaca cómo los Russo edifican el filme que, al igual que El origen de la justicia, supera su condición de bizarro ajuste de cuentas y, en este caso, igualmente confirma que estamos ante un festival de auténtico cine pop.

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